17. "El patronus"

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Harry y Ron estaban enfadados con Hermione. En su opi­nión, desmontar una Saeta de Fuego completamente nueva era un crimen. Hermione, que seguía convencida de que ha­bía hecho lo que debía, comenzó a evitar la sala común. Maddie y Noa supusieron que se había refugiado en la biblio­teca y no intentaron persuadirla de que saliera de allí. Noa, por su parte, se la pasaba encerrada en el cuarto. Maddie se alegró de que el resto del colegio regresara poco después de Año Nuevo y la torre de Gryffindor volviera a estar aba­rrotada de gente y de bullicio.
Wood buscó a Harry y a Noa la noche anterior al comienzo de las clases.

—¿Qué tal las Navidades? —preguntó. Y luego, sin es­perar respuesta, se sentó, bajó la voz y dijo—: He estado me­ditando durante las vacaciones, chicos. Después del último partido, ¿sabes? Si los dementores acuden al siguiente... no nos podemos permitir que tú... bueno... abandones el partido de nuevo, Harry. Creo yo que tú podrás ayudarle con eso, Noa. A ti no parecen afectarte.

Wood se quedó callado, con cara de sentirse incómodo.

—Lo hacen —tartamudeó Noa—. Sólo que tengo mis métodos para que no me saquen de mis casillas.

—Estoy trabajando en ello —dijo Harry rápidamen­te—. El profesor Lupin me dijo que me daría unas clases para ahuyentar a los dementores. Comenzaremos esta semana. Dijo que después de Navidades estaría menos ata­reado.

—Ya —dijo Wood. Su rostro se animó—. Bueno, en ese caso... Realmente no quería perderte como buscador; Harry. ¿Has comprado ya otra escoba?

—No —contestó Harry.

—¿Cómo? Pues será mejor que te des prisa. No puedes montar en esa Estrella Fugaz en el partido contra Ravenclaw.

—Le regalaron una Saeta de Fuego en Navidad —dijo Noa.

—¿Una Saeta de Fuego? ¡No! ¿En serio?

—No te emociones, Oliver —dijo Harry con tristeza—. Ya no la tengo. Me la confiscaron. —Y explicó que estaban revisando la Saeta de Fuego en aquellos instantes.

—¿Hechizada? ¿Por qué podría estar hechizada?

—Sirius Black —explicó Harry sin entusiasmo—. Pare­ce que va detrás de mí. Así que McGonagall piensa que él me la podría haber enviado.

Desechando la idea de que un famoso asesino estuviera interesado por la vida de su buscador; Wood dijo:

—¡Pero Black no podría haber comprado una Saeta de Fuego! Es un fugitivo. Todo el país lo está buscando. ¿Cómo podría entrar en la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch y comprar una escoba?

—Ya lo sé. Pero aun así, McGonagall quiere desmontarla.

Wood se puso pálido.

—Iré a hablar con ella, Harry —le prometió—. La haré entrar en razón... Una Saeta de Fuego... ¡sería la segunda en nuestro equipo!

Las clases comenzaron al día siguiente. Lo último que de­seaba nadie una mañana de enero era pasar dos horas en una fila en el patio, pero Hagrid había encendido una hogue­ra de salamandras, para su propio disfrute, y pasaron una clase inusualmente agradable recogiendo leña seca y hoja­rasca para mantener vivo el fuego, mientras las salaman­dras, a las que les gustaban las llamas, correteaban de un lado para otro de los troncos incandescentes que se iban des­moronando. La primera clase de Adivinación del nuevo tri­mestre fue mucho menos divertida. La profesora Trelawney les enseñaba ahora quiromancia.
En la clase de Defensa contra las Artes Oscuras, las mellizas acompañaron a Harry.

—Ah, sí —dijo Lupin, cuando Harry le recordó su pro­mesa al final de la clase—. Veamos... ¿qué te parece el jueves a las ocho de la tarde? El aula de Historia de la Magia será bastante grande... Tendré que pensar detenidamente en esto... No podemos traer a un dementor de verdad al castillo para practicar...

Pequeñas Black y el Prisionero de Azkaban [TERMINADA] [Libro III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora