11. "Hogsmeade".

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Respecto a la autorización a Hogsmeade de Harry, no había nada que hacer. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall y eso le pareció muy mal a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a Ron aún más, Maddie y Noa observaban la discusión y Harry tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran en voz alta y muy contentos lo que ha­rían al llegar a Hogsmeade.

—Por lo menos te queda el banquete —dijo Maddie—. Ya sabes, el ban­quete de la noche de Halloween.

—Sí —aceptó Harry con tristeza—. Genial.

Dean Thomas, que era bueno con la pluma, se había ofrecido a falsificar la firma de tío Vernon, pero como Harry ya le había dicho a la profesora McGona­gall que no se la habían firmado, no era posible probar aque­llo. Maddie sugirió no muy convencida la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Maddie lo que les había dicho Dumbledore sobre que los demen­tores podían ver a través de ellas.

Percy pronunció las palabras que probablemente le ayu­daron menos a resignarse:

—Arman mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para tanto —le dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante buena, pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peli­grosa. Y la Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada.

La mañana del día de Halloween, Maddie y Noa fueron a desayunar con sus compañeros, emocionadas pero a la vez apenadas por Harry.

—Te traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Maddie, compadeciéndose de él.

—Sí, montones —dijo Noa.

Por fin habían hecho las pa­ces Ron y Hermione.

—No se preocupen por mí —dijo Harry con una voz fingidamente despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Diviértanse.

Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conser­je, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nom­bres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso.

—¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores? ¿O acaso pretendes quedarte con tus dos noviecitas Black, que tampoco tienen padres?

—Nosotras sí vamos, Malfoy —le gruñó Noa—; y prefiero no tener padres a tener un padre como el tuyo.

—Y yo tengo novio, y no es Harry, Draco —murmuró Maddie con aire de superioridad, guiñándole un ojo a Cedric, que contemplaba la situación con una sonrisa.

—¡Andando! —ordenó McGonagall.

Al cabo de un rato, se encontraban llegando a Hogsmeade. El pueblo era pintoresco, y los tejados de las casas estaban cubiertos de nieve. Los negocios llamaban mucho la atención, y nadie sabía por dónde empezar.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó Maddie.

—Zonko —dijeron los gemelos y Ron al unísono.

—Yo preferiría comer algo —dijo Noa—, ¿qué tal Honeydukes?

—Concuerdo contigo —replicó Hermione.

—Nos separemos —espetó Maddie—, chicas y chicos.

—Está bien —dijo Fred—, pero luego vendrás conmigo a Zonko, ¿no, Noa?

Pequeñas Black y el Prisionero de Azkaban [TERMINADA] [Libro III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora