27. "La rata"

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Hermione dio un grito. Black se puso en pie de un salto. Noa y Harry saltaron también como si hubieran recibido una descarga eléctrica. Maddie y Ron no pudieron levantarse, sus heridas casi les impedían moverse.

—He encontrado esto al pie del sauce boxeador —dijo Snape, arrojando la capa a un lado y sin dejar de apuntar al pecho de Lupin con la varita—. Muchas gracias, Potter, me ha sido muy útil.

Snape estaba casi sin aliento, pero su cara rebosaba sensación de triunfo.

—Tal vez se pregunten cómo he sabido que estaban aquí —dijo con los ojos relampagueantes—. Acabo de ir a tu despacho, Lupin. Te olvidaste de tomar la poción esta noche, así que te llevé una copa llena. Fue una suerte. En tu mesa había cierto mapa. Me bastó un vistazo para saber todo lo que necesitaba. Te vi correr por el pasadizo.

—Severus... —comenzó Lupin, pero Snape no lo oyó.

—Le he dicho una y otra vez al director que ayudabas a tu viejo amigo Black a entrar en el castillo, Lupin. Y aquí está la prueba. Ni siquiera se me ocurrió que tuvieran el va­lor de utilizar este lugar como escondrijo.

—Te equivocas, Severus —dijo Lupin, hablando apri­sa—. No lo has oído todo. Puedo explicarlo. Sirius no ha veni­do a matar a Harry.

—Dos más para Azkaban esta noche —dijo Snape, con los ojos llenos de odio—. Me encantará saber cómo se lo toma Dumbledore. Estaba convencido de que eras inofensivo, ¿sa­bes, Lupin? Un licántropo domesticado...

—Idiota —dijo Lupin en voz baja—. ¿Vale la pena volver a meter en Azkaban a un hombre inocente por una pelea de colegiales?

¡PUM!

Del final de la varita de Snape surgieron unas cuerdas delgadas, semejantes a serpientes, que se enroscaron alrede­dor de la boca, las muñecas y los tobillos de Lupin. Este perdió el equilibrio y cayó al suelo, incapaz de moverse. Con un rugi­do de rabia, Black se abalanzó sobre Snape, pero Snape apun­tó directamente a sus ojos con la varita.

—Dame un motivo —susurró—. Dame un motivo para hacerlo y te juro que lo haré.

Black se detuvo en seco. Era imposible decir qué rostro irradiaba más odio. Noa se quedó paralizada, sin saber qué hacer ni a quién creer. Dirigió una mirada a Harry, Maddie, Ron y Her­mione. Maddie y Ron parecían tan confundidos como ella, Ron todavía intentando toda­vía retener a Scabbers. Harry estaba inmóvil. Hermione, sin embargo, dio hacia Snape un paso vacilante y dijo casi sin aliento:

—Profesor Snape, no... no perdería nada oyendo lo que tienen que decir; ¿no cree?

—Señorita Granger; me temo que vas a ser expulsada del colegio —dijo Snape—. Tú, las dos Black, Potter y Weasley se encuentran en un lugar prohibido, en compañía de un asesino esca­pado y de un licántropo. Y ahora te ruego que, por una vez en tu vida, cierres la boca.

—Pero si... si fuera todo una confusión...

—¡CALLATE, IMBÉCIL! —gritó de repente Snape, des­compuesto—. ¡NO HABLES DE LO QUE NO COMPRENDES! —Del final de su varita, que seguía apuntando a la cara de Black, salieron algunas chispas. Hermione guardó silencio, mientras Snape proseguía—. La venganza es muy dulce —le dijo a Black en voz baja—. ¡Habría dado un brazo por ser yo quien te capturara!

—Eres tú quien no comprende, Severus —gruñó Black—. Mientras este muchacho meta su rata en el castillo —señaló a Ron con la cabeza—, entraré en él sigilosamente.

—¿En el castillo? —preguntó Snape con voz melosa—. No creo que tengamos que ir tan lejos. Lo único que tengo que hacer es llamar a los dementores en cuanto salgamos del sauce. Estarán encantados de verte, Black... Tanto que te darán un besito, me atrevería a decir...

Pequeñas Black y el Prisionero de Azkaban [TERMINADA] [Libro III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora