7. "Garras de hipogrifo."

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A Maddie le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Noa aún no aparecía. Ron y Hermione no se dirigían la palabra. Harry cami­naba a su lado, en silencio, mientras descendían por el cés­ped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohi­bido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo ani­madamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Maddie creía saber de qué hablaban. Enseguida, vio a Noa aparecer corriendo más atrás deprisa hasta llegar a ellos, ya que la clase ya comenzaba.

Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la ca­baña. Estaba impaciente por empezar; cubierto con su abri­go de ratina, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies.

—¡Vamos, dense prisa! —gritó a medida que se aproxi­maban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para ustedes! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, síganme!

Durante un desagradable instante, Maddie temió que Hagrid los condujera al bosque; Maddie y Noa habían vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los ár­boles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.

—¿Para qué hablabas con McGonagall? —preguntó Maddie a su hermana.

—Quería saber más sobre la animagia —respondió Noa—, es muy interesante.

—¡Acérquense todos a la cerca! —gritó—. Asegúrense de que tengan buena visión. Lo primero que tienen que hacer es abrir los libros...

—¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.

—¿Qué? —dijo Hagrid.

—¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Harry y Ron, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían suje­tado con pinzas, como Noa.

—¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Ha­grid decepcionado.

La clase entera negó con la cabeza, mientras Maddie levantaba la mano.

—Hay que acariciarlo —murmuró, sonriendo triunfalmente, ganándose una felicitación por parte de Hagrid.

—¡Muy bien, Maddie! —dijo Hagrid sonriendo, como si fuera lo más obvio del mundo—. Miren...

Cogió el ejemplar de Noa y desprendió el celo má­gico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estre­meció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.

—¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despec­tivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió? ¡Black es una genio! ¡Claro que sí!

—Yo... yo pensé que les haría gracia —le dijo Hagrid a Noa, dubitativo.

—¡Ah, qué gracia nos hace...! —dijo Malfoy—. ¡Real­mente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren co­mernos las manos!

—Cierra la boca, Malfoy —le dijo Maddie en voz baja. Ha­grid se había quedado algo triste y Maddie quería que su pri­mera clase fuera un éxito.

—Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tienen los libros y... y... ahora les hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Espe­ren un momento...

Pequeñas Black y el Prisionero de Azkaban [TERMINADA] [Libro III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora