8: Llega la oscuridad

273 4 0
                                    


Álita despertó en su cama de palacio, últimamente apenas dormía, sentía un gran vacío en su interior, apenas veía a su padre, pues estaba preparando la ciudad para lo que se avecinaba, su amado no estaba a su lado, ni si quiera sabía dónde podía estar y el estar ante una guerra que difícilmente podían ganar sin sufrimiento la ensombrecía el corazón. Se levantó de la cama y camino hacia el balcón de su habitación, contemplo el horizonte, a lo lejos el bosque y más haya veía columnas de humo levantarse a lo lejos, provenientes del campamento nigronte. Salió de su habitación vestida con un vestido blanco y fino que usaba para dormir y que resaltaba la belleza de su cuerpo, camino hacia el salón principal de palacio y allí encontró a su padre, el rey estaba sentado a la mesa, pensativo, ausente.

- Papá ¿estás bien? – le preguntó.

- Si hija mía, tan solo estaba pensando, la guerra se acerca y temo lo que pueda traer para nuestro pueblo pero más aun lo que pueda traer para ti, no quiero ver tu sufrimiento, quiero que sepas que todo lo que he hecho ha sido pensando en el bien de nuestro pueblo, lamento tanto haber alejado a Hálum de ti – respondió Irion cabizbajo.

- No pienses en eso ahora papa, cosas más urgentes te requieren, sé que no me arrebataste a Hálum por placer, sé que el motivo que diste en el juicio fue tan solo una estrategia y que te viste obligado a desterrarlo al igual que mi corazón me dice que volverá, que mi amado será una pieza vital en esta guerra.

- Eso espero por el bien de nuestro pueblo mi niña, eso espero, pero si la batalla se endurece, si el enemigo me vence y la muerte me lleva quiero que asumas el control total de Amber, de nuestro ejército, guíalos hasta un nuevo amanecer hija mía, enséñales la luz.

- No digas eso papá, no morirás en esta guerra, has librado mil batallas y has vencido en todas, yo creo en ti, tu pueblo cree en ti – termino Álita dando un abrazo a su padre.

Tras esto la chica salió del palacio, quería pasear por la ciudad, contemplar sus calles, aislarse de los oscuros pensamientos que rondaban su mente en los últimos tiempos. Fue a visitar el mercado de la ciudad donde los habitantes de Amber se seguían reuniendo para hacer sus compras, la gente temía una guerra inminente y últimamente compraban más cantidad de comida y agua para tener provisiones en sus casas. Tras esto la princesa se pasó por el cuartel donde los soldados entrenaban, quería visitar a sus amigos. Entro y vio a Ínler con Bán, charlando tranquilamente junto a una puerta de piedra.

- Bienvenida mi señora ¿a qué debemos vuestra honorable visita? – saludó cortésmente Ínler.

- Trátame como a una igual, los dos podéis hacerlo, somos amigos y venía a visitaros, a ver como estáis, ya no sé qué hacer en palacio, noto que últimamente estoy como en una prisión, el temor a una guerra que no podamos ganar ha sumido la ciudad – respondió Álita.

- Excepto por el hecho de que podemos ganar, no debemos perder la esperanza ¿verdad? – preguntó Bán.

- Claro que podemos, aun no se ha fabricado una espada con acero suficiente para tumbar el corazón de nuestro ejército, ahora nosotros íbamos a dar un paseo por la muralla de la ciudad, ¿nos acompañas Álita? – ofreció Ínler.

- Claro, os acompañare y así podremos charlar, nos necesitamos todos mutuamente, estos días la amistad es nuestro mayor valor – respondió la princesa.

Salieron del cuartel los tres juntos hablando de sus cosas, de cómo Bán se estaba convirtiendo en un gran soldado apto para combatir en los días venideros si la ciudad lo necesitaba. Contemplaron como en la ciudad la gente apenas salía de sus casas para algo más que hacer la compra, el ambiente era triste, devastador, auguraba malos tiempos para la capital de Ángelus. Llegaron a la escalera para subir a las murallas y empezaron a subirlas, era una muralla alta para que fuera más difícil para los enemigos superarla volando, de hecho las murallas de la ciudad median alrededor de los 100 metros de alto, eran de piedra blanca. Al llegar arriba vieron como los guardias se mantenían fijos en el horizonte, en la llanura que había ante la ciudad, justo al fondo también se veía el bosque de gianóls donde los nigrontes esperaban pacientes antes de atacar. La princesa se puso la capucha blanca de su túnica para evitar ser reconocida por los guardianes de las murallas. Fueron andando, mirando el cielo que tenía un color rojizo, extraño para esas horas, pues era casi medio día ya.

Ángel Caído: El regreso de los caídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora