Prólogo.

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Las gotas carmesí se deslizaban por sus delgados y diestros dedos. Impregnando la pálida piel de ese mismo color, cayeron al suelo uniéndose al charco de sangre que se había formado bajo sus pies; jamás en su vida se hubiera imaginado presenciar una escena como aquella, jamás creyó presenciar un asesinato, y jamás se imaginó con las manos empapadas de sangre, de sangre real, y no la que se usaba para sus múltiples sesiones fotográficas. Estaba completamente aterrado. Paralizado, atónito.

Su respiración se había descontrolado completamente ante tal imagen. Y cuando creyó que ya no podría seguir haciendo eso, gritó de tal manera que su voz hizo eco en todo lo amplio del lugar. Aunque nadie respondió a su llamada rogando por ayuda.

Sostuvo con fuerza aferrándose al cuerpo que poco a poco perdía calor.

-Por favor... por favor... no te vayas... -rogó con la voz quebrada y temblorosa.

Pero el cuerpo siguió desangrándose, quedándose sin calor. Muriendo.

Meses atrás.

La sonrisa en sus labios era completamente burlona, autosuficiente, sus pies parecían resortes haciéndole subir y bajar continuamente, de manera divertida.

-Entonces... ¿Aún lo quieres hacer? -le retó, él bufó con exasperación.

-Por supuesto. -respondió y sonrió triunfal; por la oliva mirada de Takani se cruzó un brillo indescifrable, la sonrisa llena de sorna se amplió aún más.

-Entonces, hagámoslo -dijo con emoción, se dio media vuelta y echó a correr a través de la calle desierta con la energía de un niño pequeño.

Ladeó la cabeza y enarcó una ceja, no terminaba de entender cómo es que habían terminado de aquella manera, pero de algo sí que estaba seguro.

Aquello resultaba completamente maravilloso.

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