Capítulo 9.

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La pregunta siguió resonando en su cabeza, resonando y resonando, como un eco tortuoso que no lo dejó conciliar el dueño durante varias horas luego de lo sucedido, pensó que eso no era demasiado raro considerando que alguien había intentado matarlo, no sólo hacerle daño, o darle una paliza, sino matarlo, y no una, sino dos veces en el mismo día.

Era algo horrible sólo de pensar, y en ambas se había salvado de milagro, en la primera, con los pandilleros que, si bien no llevaban armas, eran un grupo numeroso y que sin duda molerlo a golpes no les hubiera supuesto un problema, apenas si había podido lidiar con unos tres, del resto Takani se había encargado, Takani... Su imagen feroz y fuerte apareció en su cabeza como si fuera una obra de arte de algún gran maestro, su rostro perfectamente definido, mostrando una expresión de fiereza que recordaba a un felino, su cabello alborotándose aún más con sus rápidos y expertos movimientos, su esbelto cuerpo moviéndose con gracia y agilidad...

Allí fue donde algo dio en el clavo.

En la segunda, aunque eran un grupo más reducido que el que lo había atacado en el estacionamiento, los asesinos habían entrado de alguna manera a su departamento, cosa que era difícil dado el edificio en el que residía (uno de lujo, que contaba con medidas de seguridad exageradas), que además portaban bates de metal, también allí, sin duda alguna, hubiera resultado moribundo, sino es que muerto, de no haber sido por la inesperada llegada de aquella persona vestida de negro. Un experto que lidió perfectamente con los bates y los individuos que manejaban los mismos, movimientos expertos, la gracia de un gran felino...

Se parecía a Takani, pero era imposible que fuera ella. Imposible, e impensable.

Ridículo.

Se suponía que ese era su día libre en mucho, mucho tiempo, y de qué forma había resultado: Debido a que él había obligado a Takani a actuar en esa dichosa obra, porque sabía que la había obligado, y a las escenas que eso requería, le habían vaciado un cubo de agua a la pelinegra, quizá más de uno, y ella se lo había recriminado; lo habían acorralado en el estacionamiento y Takani lo había salvado. Había bebido con Takani, eso era lo único realmente bueno ocurrido en ese día, en casa de ella y lo había estropeado; y al llegar a su departamento, se había encontrado con una emboscada, de la que algún otro asesino contratado lo había salvado.

Quizá si no hubiera arruinado el encuentro con Takani con su estúpida arrogancia, ese último percance nunca se hubiera dado, hubiera pasado una agradable noche en la casa de Takani, ya no hubiera esperado que pasara algo más, de hecho, pensó, debería estar agradecido de poder besarla en la obra, en poder cruzar palabra con ella, fuera él quien era, ya estaba más que claro que la azabache era tan o más excéntrica que él, hubiera sido increíblemente agradable poder continuar esa conversación, abrirse a ella y que Takani hiciera lo mismo, terminar lo suficientemente borrachos como para gritar sus frustraciones a los cuatro vientos.

Pero había arruinado esa posibilidad con sólo un comentario, producto de su constante vanidad y arrogancia.

Pero ¿Qué podía hacer? Así era como era él, y no podía cambiarlo de la noche a la mañana por una persona que, quizá, ojalá que no fuera así, no volvería a interesarse en él ni a volver a tener una charla o un encuentro particularmente prolongado.

Aunque no quisiera admitirlo, tenía un poco de miedo de que, a partir de que la obra finalizara en la presentación oficial en el festival, Takani no volviera a mirarlo directamente, a sonreírle con arrogancia, de no volver a posar su mano en esa curva de la cintura en la cual encajaba perfectamente. Era estúpido que la indiferencia con que la chica lo trataba lo atrajera tanto, ¿No? Estúpido de verdad.

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