Capítulo 30: La chica del paraguas negro.

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Una joven. Bastante guapa en realidad, cabello corto, ojos de color, bastante delgada. Me parecía familiar. La conocía.
La había visto antes, lo sabía, esos ojos no se olvidan fácilmente. Tal vez alguna reunión, la escuela; cualquier otra cosa, pero ya la había visto.
Me senté delante de ella. De pronto llegó todo a mi cabeza.
Jane.
Era el nombre de aquella dama, comenzaba a recordar. La cabaña, sus amigos, el bosque, la lluvia, aquel paraguas negro, ese día; lo recordaba perfectamente.
Aquel día lluvioso, hace algunos meses. Cuando me encontraba con Charlie, Alex y Edgar, estábamos acampando, el bosque rodeaba aquel lugar. A lo lejos visualicé el paraguas, un paraguas, en medio del bosque. Jane.
Sin pensarlo dos veces, salí de ahí  y me dirigí a aquel lugar.
Era la chica, pero en ese entonces, no la conocía.
Ahí fue cuando vi los ojos de aquella dama, un par de ojos inolvidables.
Tiempo después, me encontraba fuera de la casa de acampar, ahí fue cuando ella llegó.
-Jane -dijo ella.
-Jack.
-Gusto conocerte, Jack.
Primera vez que hablé con ella.
Tiempo después, ocurrió otra situación un tanto parecida.
Estaba sentado en el balcón, Alex, Charlie y Edgar habían ido al río, decidí quedarme en casa. Comenzó a llover.
A lo lejos, visualicé ese paraguas.
Jane.
Parecía resfriada, sus ojos se notaban cansados y su nariz estaba un poco roja.
La invité a casa.
Al llegar, Jane dejó su paraguas fuera de la cabaña.
La llevé a una habitación.
Jane se recostó en la cama.
-Descansa.
Jane no respondió.
Se quedo dormida.
No podía dejar de observarla.
Al siguiente día, había desaparecido.
El paraguas estaba afuera, pero Jane no estaba ahí.
Sabía que volvería, siempre lo hacía.
Pero no lo hizo.
Y ahí estaba yo, frente a la chica que alguna vez dejé entrar a mi casa. Estaba sentada ahí, frente a mi. Después de tanto tiempo.
Durante todo el trayecto, no mencionamos nada, solo cruzábamos miradas ocasionales. Era una situación extraña. Poco común.
Al llegar, Jane se levantó al igual que yo y bajamos del tren.
-Gracias- dijo mirándome a los ojos.
La besé.
Nos abrazamos.
No quise preguntar la razón por la cual viajó conmigo.
Se alejó caminando, iba cargando su paraguas que se encontraba cerrado.

Entonces desperté.

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