Capítulo XLII: Piedra azul

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Cuando empezaba a anochecer, Siebh nos llamó para que nos preparásemos. Salimos en silencio del edificio y nos movimos como sombras hasta que estuvimos en lo que parecía ser el centro de la ciudad. No vimos a nadie, lo que era extraño ya que no era tan tarde. Avanzamos unas cuantas calles más y llegamos a la parte trasera de un edificio imponente. Era altísimo y las paredes eran onduladas y de color azul marino. Los cuatro nos quedamos mirándolas un largo rato, como hipnotizados, hasta que Siebh nos apremió para que nos moviéramos. Franqueamos una abertura en el edificio y la sirena nos llevó hasta una escalera de caracol muy empinada.

Empezamos a subir en completo silencio. Después de un tiempo que se me hizo eterno, llegamos al final. Enfrente de nosotros había tres habitaciones.

-No estoy muy segura de en cuál guarda la piedra-dijo Siebh.

-Es mejor que nos dividamos para ir más rápido, yo voy con Charlie-replicó Jack.

-Y yo con Siebh-añadió Elisabeth.

-Pues yo tendré que ir sola-suspiré.

Me dirigí a la puerta que estaba en medio.

Era un cuarto de baño. ¡Menuda decepción! Había una bañera enorme de color azul y un lavabo del mismo color, pero no había retrete. Me sorprendió mucho esto último. Además, vi un pequeño mueble de color azul claro. Tenía dos puertas y las abrí las dos a la vez. Dentro encontré geles de baño y champú, pero la piedra no estaba allí.

Con sensación de derrota, salí del baño y me encaminé a la puerta de la derecha. Allí estaban mis dos compañeros. La habitación era un dormitorio, con una cama con dosel, una mesilla de noche y un baúl. Jack estaba rebuscando entre las prendas de ropa del baúl y Charlie abría el cajón de la mesita.

-No he encontrado la piedra-se sobresaltaron porque no me habían oído entrar.

-Aquí no parece haber nada tampoco-me contestó Jack mientras se ponía de pie.

-Vamos a ver si Elisabeth y Siebh han tenido más suerte-propuso Charlie.

Abrimos la última puerta y encontramos un despacho en el que había una gran mesa de madera y una silla. Encima de la mesa había varios papiros y Siebh estaba desenrollándolos cuando entramos. Elisabeth intentaba abrir un cajón que había en la mesa sin éxito.

-Tengo una horquilla, ¿te ayudo?-le pregunté.

Me miró con frialdad e hizo un gesto condescendiente. Le dirigí una mirada de odio y pensé en qué poco habían cambiado las cosas entre nosotras.

Tras varios intentos fallidos, conseguí abrirlo. Dentro estaba la piedra azul y un pergamino con una copia de la profecía. Cogí la piedra y dije:

-Será mejor que nos marchemos cuanto antes. No me gustaría que nos volvieran a capturar.

Bajamos las escaleras rápidamente y nos sorprendimos cuando nadie nos persiguió. Habíamos hecho demasiado ruido para que alguien no se percatara de nuestra presencia. Andábamos con parsimonia hacia la salida cuando oímos ruidos. Parecían pisadas. Echamos a correr y, de repente, nos perseguían cuatro sirenas. Llevaban lanzas muy afiladas y tuvimos miedo. Siebh paró de correr y nos indicó que siguiéramos sin ella. Elisabeth paró también y estaba acercándose a ella con intención de llevarla a rastras si hacía falta cuando una de las sirenas lanzó su arma en dirección a Elisabeth. Siebh se interpuso en el camino y la lanza se clavó en su estómago.

Los cuatro ElegidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora