Capítulo XIX: Confesiones y ropa blanca

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Me apresuré a recoger los variopintos objetos que había esparcidos por el suelo y los metí cuidadosamente en la caja, sonriendo avergonzada. El aéreo me dedicó una sonrisa de agradecimiento y se presentó como Aiawiae. Yo respondí diciendo:

-Yo soy Gwendolyn Jones y vengo de la Tierra, aunque me enteré hace poco de que nací en este mismo territorio.

-¿Eres una aérea?-preguntó sorprendido.

-Eso parece-repliqué con amargura.

Aiawiae me miró ofendido e inquirió:

-¿Hay algún problema en ser aéreo?

-No, pero yo no sabía que no era humana hasta hace poco y todavía no me he hecho a la idea. Además, uno de los otros chicos que están conmigo se ha transformado en un elfo y yo no quiero dejar de ser humana-no sabía por qué le estaba confesando mis temores a un completo desconocido, pero me sentí mucho mejor después de haberlo hecho.

Él me miró comprensivamente y no dijo nada. Me dirigí a la puerta, le eché una última mirada al observatorio y salí sin despedirme. Vagué durante un rato por los pasillos, sin saber dónde estaban los demás Elegidos. Unos minutos más tarde, acepté que estaba perdida y me senté en el suelo blanco, meditando sobre mi situación. Debí de quedarme dormida, pues unas manos me zarandeaban. Abrí los ojos y me encontré con Aiawiae, que me miraba sonriendo.

-¿Cómo me has encontrado?-pregunté.

-Sé que eres nueva aquí y supuse que no sabrías dónde se alojan los invitados, así que decidí ir a buscarte. Y aquí estoy-respondió él señalándose a sí mismo.

Le agradecí su ayuda e inquirí:

-¿Hacia dónde debo dirigirme?

-Los dormitorios están al fondo de ese pasillo, a mano derecha-contestó indicándome un corredor a mi izquierda.

-Gracias-dije y seguí sus instrucciones.

Llegué hasta una puerta blanca con el picaporte dorado y la abrí, encontrando a mis compañeros. Elisabeth llevaba una toalla sobre la cabeza y se había puesto ropa limpia, como la que usaban los aéreos. Jack llevaba unos pantalones bombachos blancos y estaba con el torso desnudo. Resistí la tentación de seguir mirándole y me giré para ver a Charlie, que llevaba unos pantalones largos blancos y una camisa del mismo color. Elisabeth murmuró:

-Genial, no se ha perdido.

Yo le eché una mirada asesina y me acerqué a Charlie.

-Hola, ¿os habéis podido duchar? Qué bien-dije.

-Sí, ahí está el baño y dentro hay toallas y ropa limpia-me señaló una puerta al fondo de la habitación.

Me dirigí hacia ella, entré y vi un plato de ducha, sobre había un montón de ropa blanca y toallas. Me di una larga y relajante ducha y salí envuelta en una toalla. Cogí una prenda de ropa y me la quedé mirando asombrada. ¡Era casi transparente! Yo no me iba a poner eso jamás, por lo que cogí mi ropa, que estaba tirada en el suelo, y la lavé, para después volvérmela a poner. Salí del baño y Elisabeth comentó:

-La ropa no es de tu agrado, ¿verdad?

-No, es que yo no soy una fresca, a diferencia de otras-repliqué mordazmente.

Ella frunció el ceño y continuó hablando con Jack, vestida con una blusa transparente y unos pantalones muy cortos.

Los cuatro ElegidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora