–¿Qué vamos a hacer ahora?– pregunté mientras miraba la piedra con interés.
–Tendremos que volver y devolverle la piedra a sus dueños–respondió Jack.
–¿Pero cómo volveremos si no sabemos dónde está nuestro medio de transporte?–inquirió Charlie.
–Quizá Elisabeth puede utilizar sus poderes para localizar a los delfines y hacerles venir–sugirió Jack.
–Podemos intentarlo–agregué.
–Será mejor que se lo diga yo–añadió Charlie–. No queremos que se vuelva a poner violenta.
Se fue y Jack y yo permanecimos en silencio. No se oía ningún ruido proveniente de la habitación de al lado. Iba a acercarme de puntillas para fisgonear cuando Jack me agarró del brazo.
–Vamos, no seas cotilla.
Al rato, Charlie salió colorado y Elisabeth parecía más contenta.
–¿Cómo puedo hacerlos venir? Nunca he hecho esto antes.
–Piensa en qué es lo que quieres–contestó Charlie.
Ella se concentró, pero no ocurrió nada.
–A lo mejor tienes que pensar en quién quieres que haga lo que quieres–aporté yo.
Me quedé sorprendida cuando asintió sin dedicarme una mirada envenenada.
–Creo que lo he hecho–anunció triunfante–. Me ha parecido sentir algo. Será mejor que nos preparemos.
Empecé a cuestionarme qué habría hecho Charlie para animarla. No era la única que sospechaba de ello. Jack estaba mirando cómo ambos se iban a recoger sus cosas con el ceño fruncido. Ambos nos miramos.
–No creerás que...–dije yo.
–¡Por favor! Ella no haría tal cosa–se indignó.
Yo estaba bastante segura de que algo había pasado y quería descubrir el qué. Cuando todos estuvimos preparados nos volvimos a reunir en el cuarto. Esperamos a que llegaran los delfines y cuando oímos unos silbidos, salimos fuera y montamos en un delfín cada uno.
Media hora más tarde volvíamos a estar en Ninfia. Pasamos por delante de la isla que había creado nuestra compañera sin detenernos. Queríamos llegar cuanto antes a nuestro destino. Cuando consideramos que estábamos lo bastante cerca de la ciudad sumergida, dejamos los delfines y continuamos nuestro trayecto nadando hasta que llegamos a la plaza. Entramos en el edificio y no vimos a nadie.
Estuvimos vagando un rato hasta que se nos ocurrió ir a la sala donde habíamos conocido a Aqhau. No estaba ella, pero sí el padre de Elisabeth, Aquhya.
–¿Cómo ha ido todo? ¿La habéis recuperado?–preguntó.
–Sí–respondí escuetamente.
–¿A qué vienen esas caras largas?
Nadie dijo nada, pero nos miramos entre nosotros y negamos con la cabeza.
–No pasa nada, solo estamos cansados–contestó Jack.
–Bueno, pues os habéis ganado un poco de descanso–sonrió, pero siguió mirándonos con preocupación.
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Los cuatro Elegidos
FantasyCuatro chicos descubren que poseen los poderes de los cuatro elementos principales: tierra, agua, aire y fuego; y que deben usarlos para derrotar a las fuerzas del Mal que controlan el mundo del que provienen. Reservados todos los derechos. Queda ri...