II

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Al oírlo sentí como si mi corazón se apretujara dentro de mi pecho. Lo veía como a un hijo. Veía en él todo lo que quería en un hijo, pero era mi hermano, y con eso tenía suficiente.

Fue muy rápido ver cómo en un instante Ryan estuvo abrazándome con fuerza por el torso, con los ojos cerrados y ligeramente húmedos por entre sus pestañas. Me enterneció demasiado. Lo abracé con fuerza, cerrando también los ojos.
No sé cuánto estuvimos así, pero fue un momento que quise que nunca terminara.

— Creí... que no vendrías... –Murmuró alzando tímidamente la mirada para hallarse conmigo.–

— ¿Cómo no vendría a ver a mi hermanito Rayatan? –Reí divertido. A él no le gustaba mucho ese apodo, pero esta vez no me dijo nada. Era un momento donde las peleas y berrinches no cabían.–

La pequeña junta terminó siendo una gran fiesta (tenía que serlo pues Stefan la organizó). Toda la noche se bailó, tomó, se abrieron los regalos y yo traje los dos pares de skates, cascos y demás implementos interesantes que podrían servirle, del auto. No quería darle una pequeña cosa, si podía regalonearlo como nadie.

Pasaron las horas. Unos siguieron festejando hasta el amanecer, otros se fueron, otros se quedaron, otros se durmieron... hasta que a las 11 de la mañana se echó el último grupo de personas, pues el almuerzo queríamos tomarlo sólo en familia.

3 horas después, en el comedor

— ¿Y cómo la pasó mi pequeño en su fiesta de 19 años? –Dijo Nina acariciando el cabello de Ryan mientras este masticaba y tragaba un trozo de carne.–

— Fue el mejor cumpleaños de todos, mamá. –Le regaló un beso cariñoso en la mejilla y sonrió mirándonos a todos en la mesa– Gracias. Lástima que papá estuvo en cama.

— Lamento no haber sido partícipe en tu fiesta, hijo, pero sabes que esos ruidos tan fuertes me dan jaquecas tremendas. Además, estuve trabajando todo el día, pero al menos podemos compartir como familia en la comid...

No terminó la palabra... y yo sabía perfectamente porqué.

Rayos, me había pillado con el celular bajo la mesa. Desde que era pequeño podía darse cuenta de lo que hacía sin siquiera verlo directamente. Era increíble ese talento suyo.
Mordí mi labio. No quería alzar la vista, temeroso de su reprimenda...
Christian, tienes 29 años. Ya estás algo viejo para temer las palabras de tu padre.
Bueno, tampoco estaba viendo nada sin utilidad. Estaba arreglando un asunto de la editorial, acerca del sobrecargo que tenía en mis hombros por la realización de mis proyectos, mis citas, reuniones, y etcétera...

— Lo siento. Continúa. –Simplemente lo miré, tan serio como él.–

— Chris, ¿cuántas veces te he dicho que no se deben utilizar cosas como el teléfono en la mesa? La comida es una etapa importante del día donde la familia se reúne y convive.

— Papá, se te olvida que tengo trabajo. –Rodeé los ojos y tomé mi vaso– Estoy arreglando un asunto importante. Quieren tomar una solución para que no me lleve todo el peso de trabajo. Quizá querrán eliminar proyectos míos, suspenderlos, darme vacaciones, ¿o qué sé yo?

Bebí de mi vaso y lo dejé en su lugar. Un silencio incómodo invadió el lugar, podía verse expresado en los rostros de cada quién de distintas maneras: Stefan y papá se veían molestos, Ryan triste y Nina, con cara de no saber qué hacer. Nos miraba a cada uno de nosotros.

De pronto, mi celular vibró bajo la mesa, sobre mi pierna, donde se halló todo este tiempo. Esperé un instante, viendo la posible reacción de papá, quien solamente desvió de mi la vista. Lo tomaba como una reacción afirmativa. Bajé mi mirada, pero al leer el mensaje me sentí tan molesto que no pude evitar pegar con un puño fuertemente sobre la mesa, haciendo que los cubiertos saltaran e hicieran que la atención se centrara en mi.

— ¡Hey! –Exclamó Stefan, molesto– ¡¿Ahora qué te pasa?!

— ¡Me quieren poner un ayudante personal! No soy un inútil, puedo hacer lo que sea yo solo. ¿Qué harán después? ¿Reemplazarme? ¡Que ridículo! –Me paré de la mesa seguido de papá y tomé mi chaqueta que se ubicaba en el respaldo de silla– No, ¡estos consejeros de pacotilla deben escucharme ya!

— ¡Christian! ¡¿Qué clase de modales son esos?! –Me dijo mi padre de manera reprobatoria.–

Stefan me amaba, pero su lealtad a papá era mayor. Esos momentos de seriedad suyos eran los peores.

Se paró y se interpuso en mi camino hacia la puerta, furioso.

— ¡¿Cómo se te ocurre portarte así en casa de mis papás?! Puede que se trate de tu trabajo, ¡pero eso no te da derecho a tratarnos como se te dé la gana!

— ¡Ch.. chicos! –Exclamó titubeante Nina, viendo como lograba llamar nuestras miradas– No deben pelearse de esa manera. Ustedes... son familia. Son hermanos...

Se levantó del asiento y se acercó a nosotros. Quizá tenía razón. Veía en los ojos de Stefan que pensaba lo mismo que yo.

Temerosamente, Nina me tomó del brazo, contacto ante el cual me estremecí. Nunca me había agradado siquiera un roce suyo. Solía rechazarla siempre, hasta cuando nos daba el beso de buenas noches años atrás: Mientras mis hermanos yacían en la cama, ansiosos por ese momento, yo me quedaba en el baño de mi habitación para evitar su presencia.

— Ustedes –Prosiguió– se quieren, ¿por qué cuestionas a tu hermano, cariño? –Stefan bajó la mirada, entonces ella se dirigió a mi– Y tú, hijo...

Me puse rígido. Ella sabía que yo nunca la consideré como mi madre, ella era la nueva esposa de mi padre y ya. No tenía porqué llamarme hijo ni por accidente. Había dicho más cosas después de esa palabra, pero me quedé hirviendo en ella.

— ¿Christian...? –Murmuró buscando mi mirada, a lo cual yo me resistí alejándome bruscamente de ella.–

— Tú... no eres mi madre. –Apreté los dientes y aparté a Stefan de la puerta. Sabían que ese tema era delicado para mi, así que no se opusieron a mi salida. Tomé la manija de la puerta y miré sobre el hombro a la mujer.– Quizá lo eres para mis hermanos, pero yo sí conocí a mi madre, la recuerdo... Y tú nunca serás ella.

Salí sin siquiera despedirme. Subí a mi auto y conduje velozmente a la editorial, con la cabeza hirviendo de rabia.

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