Recursos

1K 89 38
                                    




Al principio, yo no quería.

Me gustaba la amistad de Joel. Siempre me prestaba los juguetes que mi papá no me permitía tener. O me convidaba los dulces que robaba más por aventura que por necesidad. Me hacía reír. Me hacía sentir un igual. Y desde el día que se mudó a nuestra comunidad y terminó en mi escuela cuando ambos teníamos unos ocho años de edad, me defendía siempre que alguien quería pelear conmigo en los recreos, sin importarle ser tan pequeño como yo.

Era mi amigo. El primero y el mejor.

En la vida de campo, donde nada sucedía y éramos tan pocos que todos nos conocíamos, este chico con mente de ciudad, de otra vida, de otra verdad; resplandecía. Me gustaba su sonrisa y que me hubiera elegido como su compañero especial.

Pero nada más. Joel no me gustaba como se gustan un papá y una mamá. No, no me gustaba. No me podía gustar.

Ahora teníamos once. Suficientes para entender que está bien y que está mal.

Ni siquiera sé cómo habíamos llegado de la charla hasta acá. Me dejé arrastrar a nuestro escondite secreto para constatar una posibilidad que se me hacía difícil de contemplar. No podía ser natural... ¿Verdad?

—¡Así no! Mójate los labios, Javi.

Joel se acomodó frente a mí y me sonrió. Sentado en posición india me miraba fijo esperando que siguiera las indicaciones de la manera correcta para poder intentarlo otra vez.

No sé cuál sería la "gran" diferencia. Hice lo que me pedía varias veces, como si fuera un rito de algo que a pesar de no entender, debía hacer bien.

Con el corazón martilleándome el pecho, miré la puerta del granero mientras pasaba la lengua por mis labios. Tenía miedo que nos vean.... Que ÉL me vea. Pero algo siempre me empujaba hacia Joel.

Quería saber.

Olvidándome los sermones de mi padre, sin saber si debía pedir perdón más tarde, dije  «Dale» . 

Y tras dos segundos eternos, sentí la boca de Joel sobre mí.

El miedo desapareció por unos instantes. Sin pensar, me encontré acompañando sus labios, esperando hacerle sentir lo mismo que él a mí. Mi mejor amigo había tenido razón: no había nada feo, ninguna incomodidad entre nosotros. No podía dar nombre a lo que hacía, pero era el mejor regalo que me había dado Joel. 

No entendía, no. Pero al fin, al menos sentía.

Cuando se separó y sonrió, estoy seguro que mi pálido rostro hervía.  Pero era imposible negar la verdad: nuestro primer beso había sido un éxito y no lo hubiera querido con nadie más. Joel no decía nada... Mi sonrisa se disparó, tímida,  sabiendo que debía atesorar otro secreto. Lo abracé, emocionado por haber encontrado alguien en quien confiar.

Será por ese momento de debilidad que, cuando noté la sombra que nos envolvía desde el marco de la puerta, no tuve reacción. Pero, cuando vi quien era, tuve una premonición:

El frío que me invadió, empañaría  el recuerdo para todo lo que me quedara de vida.













Recursos—




BifurcadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora