- Aceptación -

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—Intrincado es sinónimo de complicado, ¿entiendes ahora?

-—Nyet. (1)

—En español, Iván. ¡En español! —me gritó, frustrada.

No pensaba ceder, me aburría y ofuscaba a la vez. Hacía siete días que las libertades se habían acabado. Me quedé mirándola fijamente, demostrándole mi enojo revoleando los lápices al piso.

Las letras eran aún más feas que los sonidos.

-—Por favor, ángel. Sé que me entiendes... Es necesario que te perfecciones— dijo desanimada. Sus explosiones siempre terminaban así. La vi rodear la mesa y, aunque no quería contestar, cuando se arrodilló a mi lado, la caricia en mi rostro me hizo dudar —Éta aznachaiét, chtó slaszhnié, Vanya. (2)

—Dlyá minyá éta plója. (3)

Rompí a reír mostrándole los dientes y poniendo bizcos los ojos. Sabía que a ella le gustaban mis muecas tanto como a mí me gustaba escucharla en el idioma de mi padre. Me hacía sentir mejor saber que no olvidaba, que todo lo demás era una fachada. Tanto empeño en que garabatee palabras extrañas me parecía una forma más de alejarme de todo lo que era mío.

Nuestro.

—¿Te estás haciendo el tonto? —dijo riendo, al fin —Sé que puedes, y aunque no te guste, debes, hijo. ¿Recuerdas?

¿Cómo olvidar? La lealtad era lo que nos había traído hasta aquí.

Asintiendo, empecé a recoger el lío que había armado, contento por el sonido de su voz alegre.

Era en esta clase de momentos donde la amaba y quería quedarme con lo mejor de ella.

Ahora sabía que lo demás , desde el inicio, era "intrincado".













- Aceptación -













Ya cálmate, imbécil.

Indignado, me levanté del piso donde estaba tirado tratando de controlar mi respiración desbocada. Tras quince minutos, las baldosas de mármol frío, no eran suficiente.

El silencio me destrozaba la garganta.

Estiré mi torso y volví a abrir la canilla del pequeño lavatorio que tenía frente a mí. Apenas escuché el cerrojo, me había refugiado en el baño, buscando dominar las ganas de destrozar todo lo poco que había en la habitación.

"Aquí, nadie ha hecho un trato contigo..."

Por segunda vez, metí la cabeza bajo el chorro helado mientras cerraba los ojos; tratando de escapar de mi realidad y la contradicción de la que era presa, sin querer seguir por la misma línea de pensamiento, seguro que explotaría si no lo lograba. Mis jadeos retumbaban en el pesado silencio de la habitación como truenos en el medio de un campo desolado, y me hacían sentir avergonzado, aumentando las terribles ganas que tenía de golpearme a mí mismo.

Necesitaba pensar.

Necesitaba entender.

Necesitaba un chapuzón brusco de cuerpo entero, desnudo, disfrutando como la piel se estremecía al pasar de un estado a otro sin tener que contar los segundos en que alguien abriría una puerta, sin tener que preocuparme por todos los ojos sin rostro que me observaban desde cada puta esquina... Casi no recordaba cuando fue la última vez. No, definitivamente no la recordaba. Pero la sensación... la sensación era imposible de olvidar.

BifurcadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora