—No me dejes sola — repetía una y otra vez hasta el hartazgo.
Cada vez que la miraba, veía mi futuro hecho una maqueta. No soportaba su voz, sus reclamos, sus caricias. La dulzura innata de sus actos me asqueaba. La mentira de mí mismo me escupía en el rostro su verdad.
—No lo haré —, susurré escuchando detrás el siseo de una serpiente.
Incapaz de dejar de lastimarla con mi falsedad, veía lo que vendría. Todo iba contra ella; contra lo que creía, contra su inocencia, contra su idea del amor. En los momentos que estaba tentado a iluminarla con la realidad, me consolaba pensando en que era mejor que sólo yo, conocedor de la magnitud del pecado, cargara con el castigo. No me importaba uno más con tal de escapar.
—Tengo miedo. No quiero... — su voz se ahogó ante el golpe de la puerta. El llanto perduró silencioso, como si pidiera a gritos compasión.
—Hazlo por mí —agarrando su mano sudada, la besé como Judas besó a Jesús. Sequé sus lágrimas y tuve la calculadora crueldad de mirarla a los ojos para el impacto final— Tenemos todo el tiempo del mundo.
Me retiré abriéndole la puerta a mi futuro y dejando sin contestar una declaración de amor que no tenía trascendencia en mi presente. Ni nunca jamás.
Había logrado cierta paz en mis días. Y ya no existía la palabra resignación. Sólo yo sabía cuánto dolor me generaba aguantar cada minuto; como me desgarraba cada sonrisa y cuanto costaba cada silencio. Todo dependía de mi capacidad de soportar y, al mirar hacia atrás, al observar en el espejo las cicatrices en mi cuerpo y los ojos sin vida en el alma, sabía que iría hasta el infierno con tal de no quedarme en este paraíso sin sentido.
Pero iría sólo. No quería, ni podía, arrastrar a nadie.
Faltaban sólo seis meses para dejar atrás todos mis fantasmas.
Lo que rogaba, tras mi aparente seguridad, era no sumar uno más.
— Soberanos —
Pieles. Sudor y colonias varoniles mezcladas en cientos de envases que exteriorizaban como yo quería sentirme cada vez que venía aquí: libre, provocador, joven. Un festejo a la vida se abría a mi alrededor. Un acto natural y sin necesidad de sonrisas falsas, de ficciones genéricas. De palabras que no significan nada.
La asfixia había guiado mis pasos. Aunque la sensación de malestar aún no se disipaba del todo, esperaba que al final de la noche, tuviera cosas más interesantes que repasar.
Mirando los rostros que se negaban a usar las cotidianas y pesadas caretas, suspiré con nostalgia. A mí pesar, no podía conectar del todo. Pocas veces la idea de salir de mi casa me resultaba tentadora; la necesidad de retomar el control luego de encontrarme, de un momento a otro, con el celular personal armado y funcionando en la mano, me asustó tanto que me metí a la ducha con la única finalidad de no diluirme en la angustia y convertirme en noche. Y aquí estaba, tratando de recuperar el dominio en el lugar donde la mayoría busca perderlo.
Hacía mucho que no pisaba el salón que observaba desde la barra; menos tomando una botella de agua helada. La cerveza que había consumido en medio día se había convertido en suficiente tras hacerme mirar con deseo las viejas costumbres de mi juventud desenfrenada. No me agradó pensar que nada había cambiado desde esas noches al límite de la cordura, antecesoras de las reglas puras, donde jugar a mezclar sustancias que únicamente saben demandar más, más y más, era mi pasatiempo preferido. Los lugares a los que mi modorra alcohólica me habían llevado, convertidos en tenebrosas zonas que aún me asombraban por el poder de seducción que ejercían sobre mí, me dejaron en un limbo hipocondríaco que se convertía, segundo a segundo encerrado, en un espiral donde me perdía eternamente en mi propia dualidad, en lo que significaba mi salvación y mi tormento: Mi soledad.
ESTÁS LEYENDO
Bifurcado
General FictionJavier es un psicólogo forense empecinado en develar las verdades que se ocultan en la oscuridad del ser humano. Su mente extremadamente analítica le permite ver mas allá de las simples palabras, y pone su don al servicio de los que más lo necesita...