Elipsis

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Elipsis








Seis horas después, el tiempo seguía empeñado en deslizarse con sádica parsimonia.

Imágenes, palabras: hilos de escurridizo presente jugaban a esconderse y asomarse en el fondo de cada whisky que ingería en un intento vano de encontrar un lugar en mí donde existiera algo parecido a la comodidad.

Quizás exageraba. Pero este año, este momento de mi vida, se sentía muy diferente a los anteriores. Era incapaz de aprehender el nudo del cambio, de aquello que estaba haciendo de mi persona una especie de limbo. Como si atrás o adelante no existieran. Como si el ahora se hiciera efímero en el momento que pensara en su importancia.

Quizás sí estuviera envejeciendo.

O quizás solo estaba tan harto de mí mismo que la sola idea de analizarme me producía una enorme abulia.

— ¿Inseguro?—levanté la cabeza con lentitud, sin importarme la imagen que debía estar dando. Eché una mirada indiferente al hombre que intentaba sacar lustre al mostrador, sintiéndome un fósil del rincón donde me encontraba agazapado —. ¿Qué? Deberías verte la cara, tío. Yo que tú me iría corriendo a entrenar. Ya sabes, expulsar tensión. No sé qué piensas conseguir tirando la pasta en licor barato.

—Un camarero callado—demandé—Pero supongo que es pedir demasiado.

— ¿Siempre eres tan imbécil?

— Me supero con la gente que intenta caerle bien a todo el mundo. No soy tu amigo, ni tu vecino. Y créeme, no me interesa serlo. Deja de hablar como si me conocieras.

— ¿Quién dice que no lo hago?

Con una sonrisa desagradable, se alejó hacía el extremo más luminoso; y hubiera significado un alivio si no fuera porque había respondido el llamado silencioso de aquel que sí, de alguna incorrecta manera, tenía derecho a hacer esa afirmación.

Mi estómago dio un vuelco frente al saludo amistoso que compartieron las dos figuras. Segundos después, el aprendiz más joven de mi ex entrenador, dejó sobre la mesa una botella de agua con escarcha; como si supiera perfectamente que era la única forma en que el otro la tomaba.

Santiago nunca bebía alcohol cuando íbamos a reunirnos.

Intercambiaron un par de palabras. Noté la familiaridad en sus gestos, la forma distendida de tratarse, mientras las preguntas sobre su vínculo imprimían fuerza a mi ritmo cardiaco: intentando organizar las piezas, intuir el método correcto en el desglose de mi observación; maldiciendo mi tendencia a anular en los espacios que consideraba de mi dominio, a los actores secundarios carentes de interés para mí.

No recordaba nada más que sus intentos por llamar mi atención. Una que al fin había logrado.

Si antes me molestaba, ahora lo detestaba.

No me gusta que personas de distintos ámbitos cercanos a mí se relacionen entre ellas.

Recelo patológico o peligro bien fundamentado, era un hecho. Imaginar todo lo que podía salir sobre mí, sobre mi vida privada, pero principalmente, sobre mis mentiras, era un riesgo completamente autentico, real.

BifurcadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora