Mi boca se movió. Lo sé, el tirón que sentí en la comisura de mis labios secos me confirmó que estaban abiertos, despegados. De forma estúpida, porque el sonido jamás llegó. El momento en que una intensión espontanea, autónoma, me había ganado, pareció fugarse antes de notificarme. Tragué saliva y me esforcé en volver a juntarlos, desviando mis ojos del rostro que expulsaba los sonidos que yo no, concentrándome otra vez en las sirenas que giraban sin cesar a metros de mí.
—Sólo te pondré una manta sobre los hombros, cariño — luego de intentar mostrármela antes de colocarla gentilmente sobre mis hombros, los pasos se alejaron un poco; pero la voz se volvió a escuchar a pesar de los innecesarios intentos de esconderse de mí.
Ellos jamás sabrían tanto como yo.
— No he podido hacerlo reaccionar... No, todavía están dentro... ¡Es sólo un niño! Llama otra vez... Lo he limpiado, pero necesito urgente...
Mis ojos se centraron en los movimientos coordinados que, de repente, todas las personas de uniforme empezaron a realizar frente a la puerta que se abría. Estaba oscuro, había demasiados vehículos, y la luz que giraba arriba de la ambulancia donde estaba sentado, no me permitía ver gran cosa. Aun así, la textura negra que envolvía la forma de lo que jamás volvería a ser mi madre, brilló por un momento; bañada por la enorme luna que se alzaba imponente en la noche sobre nuestras cabezas.
Madre.
Aferré la manta. Desde que los brazos desconocidos habían llegado y me habían arrebatado del mundo en el que me había perdido, haciéndome retornar con el horror de sus caras al piso que no era de nieve, a la sangre que no tenía la textura de la pintura, a lo irrevocable que se parecía el retrato de esa mujer tirado a centímetros de mí con el pecho transformado en oscuro escarlata; desde que reconocí, como salido de un sueño, que las manos tiesas estiradas en mi dirección no eran ramas, en verdad lo único que tenía ganas de decir era una única palabra.
Pero nada brotaba.
Sólo podía mirar y escuchar una descontrolada respiración que me obligó a buscar el oxígeno que me faltaba, en el ser que no exhalaría nunca más.
—¡Por Dios, agárrenlo!
Eché a correr sin ser consciente del movimiento de mi cuerpo. Otra vez miles de brazos querían decirme a donde ir, cuando parar, que pensar. Esquivando todas las siluetas que se interponían en mi camino, estirando desesperadamente las manos antes de que terminaran de llevársela lejos de mí – dejándome solo, completa e irrevocablemente solo—, aferré con los dedos el envoltorio que, áspero y frio, la envolvía: petrificando su belleza y mis ideas de valentía.
— ¡Mama!
Y tras el sonido, al fin, el llanto explotó deformándome el rostro y fragmentando las verdades que creía inapelables.
— Sácalo de aquí.
— ¡Niet! — grité y grité, quebrando mis promesas—¡Niet! ¡Niet!
¡Todo era mentira! No entendía, no era capaz de entender.... Sólo había permanecido valeroso porque era lo acordado, lo aprendido, lo que me enseñaron a creer. Pero ahora, cuando los hechos me habían golpeado en el pecho que creí vivo, cuando ninguno de mis seres amados estaba a mi lado para validar las palabras que siempre arrastré como mantras, sólo podía percibir el dolor sordo que me provocaba la idea de no volver a perderme en el olor de mi mamá, de no volver a escucharla reñirme....
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Bifurcado
General FictionJavier es un psicólogo forense empecinado en develar las verdades que se ocultan en la oscuridad del ser humano. Su mente extremadamente analítica le permite ver mas allá de las simples palabras, y pone su don al servicio de los que más lo necesita...