- Despojo-

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Una semana. Siete días enteros donde mi vida podría ser catalogada como...

No sabía cómo. Pero se sentía demasiado bien.

— ¡Te toca!—gritó empujando mi hombro con el suyo. Animándome con una sonrisa.

Mi mejor amigo reía cada vez que terminaba de entonar la canción. Yo, tirado en el piso junto a él, me hacía un bollito apuntando el cuerpo hacia el lado contrario; negando con la cabeza, tratando de apartarme de quien seguía incitándome a participar. Conocía mis limitaciones, y aunque a veces llegaba a tararear, lo demás jamás iba a pasar: esa clase de espontaneidad no estaba en mí. María, quien podía sentir mi incomodidad y vergüenza, trataba de imponer cuestionable autoridad sobre la incesante melodía con gritos de advertencia; aunque yo veía perfectamente como ladeaba el rostro tratando de no mostrar su verdadera reacción. Era incapaz de controlar la sonrisa ante las tonterías de su efusivo nieto.

Tras meses compartiendo nuestras solitarias tardes, tuve miedo de sentir una chispa de celos ante la visita de Joel. Últimamente, a medida que crecía, pensaba demasiado en todo lo que pasó, en todo lo que pasaría. Pero ahora, tratando de sacarme a un estilizado Joel de encima, me emocionaba internamente al darme cuenta que la felicidad que María demostraba en cada esporádica reunión, era tan intensa como la mía.

Y eso lograba que ninguno pudiera evitar estallar en risas cuando nos mirábamos a los ojos: la alegría de volver a estar juntos, no dejaba lugar para emociones mezquinas.

No sabíamos que festejábamos tanto; o al menos yo todavía no podía aceptar del todo que estuvieran realmente contentos por el simple hecho de que hubiera nacido. Arriesgar mi vida al descolgarme por la ventana y la prueba de resistencia que siempre me esperaba a la vuelta, cuando empezaba a rumiar la posibilidad de que se hubiera notado mi ausencia, jamás parecía valer tanto la pena hasta que estaba inmerso en las sensaciones que ellos, mágicamente, despertaban en mí.

Eran los últimos días antes de retornar al campo minado que para mí significaba la rutina de la escuela, antes de volver a luchar con las risas que señalaban lo malo que era ser como yo. Acomodé el armazón que adornaba mi cara; un poco más resignado a él desde que ninguno de los dos hubiera destacado o acotado nada. Pero sabía que eso acabaría cuando volviera a pisar un aula. Mi nueva adquisición no ayudaría a pasar desapercibido. Tampoco no haber crecido ni dos centímetros.

— ¿Por qué no te quedas esta noche, Javi? ¡Podemos acampar!

Joel no dejaba de insistir. Yo me limitaba a negar y tratar de ignorar el ceño fruncido de María ante esa pregunta.

«No es normal»

La voz segura y fría de mi papá resonando dentro de mi cabeza, no pareció tan amenazante cuando miré a mí alrededor.

El raro era yo, ¿no?

Por eso sabía que ni mil latigazos de su cinturón podrían arrancarme la necesidad de abrazar la sensación de hogar que ellos me regalaban. Los sonidos, los olores... las manos arrugadas volviéndose seda al tocar mi imperfecto rostro.

Hasta que una sombra se situó justo frente a nosotros.

Y yo, reteniendo el aliento, paré de reír.

Quizá mi padre se refería a todo aquello que en este tiempo a solas había empezado a cuestionar. O quizá lo estaba cuestionando por todo aquello a lo que él se refería.

BifurcadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora