El chasquido del cinto sobre su piel resonó con fuerza; marcando la matizada zona una vez más para unirse a la perfecta simetría que decoraba su espalda. El temblor de sus piernas delató el esfuerzo que los músculos cansados hacían para no perder la bella postura; luchando con elegancia mientras buceaba en el dolor.
La notable erección, resplandeciente por la humedad del placer que lo hería, se erguía con presunción; coronando el perfecto mapa que su epidermis ostentaba en patrones dibujados con calculada maestría.
Recorrí las huellas de todo lo conquistado con el orgullo refulgiendo en mis ojos. Levanté su barbilla caída hacia arriba, queriendo hacerlo testigo de lo que había ganado con cada gota de sudor emanado; traspasando la cortina castaña que ocultaba el resultado de cada progreso obtenido en un año de reconocimiento mutuo.
El gemido extasiado que se escapó de mí al ver la expresión de su rostro, hizo que él perfeccionara el goce con una sonrisa: diciéndome que podía y quería...
—Más— el ruego de su voz suave, como una caricia tímida, era imposible de considerar inadecuado.
No cuando englobaba la máxima expresión de sincronía; la forma más intensa de unión.
La yema de mis dedos delinearon la última marca, regodeándome en la conexión palpable que vivía todo mi cuerpo fundiéndose en sus ojos velados; los cuales ya no seguían sólo mi orden para permanecer abiertos: ellos eran yo.
El espasmo casi descontrolado que la tenue caricia le produjo, hizo que los músculos de sus hombros dejaran de luchar contra las muñequeras que mantenían sus brazos extendidos y encadenados hacia arriba. El suspiró de total rendición fue mutuo; la distancia se diluyó. El padecimiento que todo su cuerpo había aceptado en cada uno de los secos y precisos latigazos, había alcanzado el punto donde convierte una sensación tenue en miles de poderosos mensajes que se desparraman por toda la sensibilizada piel. La entrega; la ofrenda espiritual que permitía el espectáculo casi divino a través de la carne, traspasó mi coraza armado del brillo pacífico refulgiendo en sus ojos; semejante a un diamante puro, semejante a algo en extremo valioso. Algo que sólo la naturaleza puede moldear de forma tan perfecta tras años de tallar con dedicación común piedra; algo que termina brillando a la luz gracias a manos que saben dónde buscar.
Mi brazo volvió a levantarse. Una plegaria olvidada retornó a mí cuando cayó.
El sonido del cuero, el aterrizaje en el punto exacto de sus muslos.
El ruido que hicieron las cadenas ante el total derrumbe del cuerpo que ya no se sostenía por sí mismo pero aun así, refulgía de voluntad.
La cuenta no perdía sentido; el dolor, sí. Plenitud, en un sentido tan extenso que era imposible de utilizar palabras para describir: en un lugar donde los sentidos se llevaban hasta los significados.
Y así, el pecho que subía y bajaba hiperventilando frente a mí, vibró:
—Javier.
Una sola palabra hecha adoración y la línea se desdibujó gracias a mi mano. Observar en ese hecho mi propio reflejo, al fin, llenó de profunda entidad mi cuerpo. Me había dominado a mí mismo través del suyo.
Había demostrado que podía seguir mis parámetros, liberando así, todo el potencial de nuestra relación.
Lo penetré consciente de cada uno de sus gemidos, de la laxitud tranquila de sus extremidades, de sus ojos perdidos en un espacio donde no existía más que mi piel envolviendo la suya; fundiéndonos en el extremo placer que compartíamos al arrastrarnos juntos en un camino sin retorno.
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Bifurcado
General FictionJavier es un psicólogo forense empecinado en develar las verdades que se ocultan en la oscuridad del ser humano. Su mente extremadamente analítica le permite ver mas allá de las simples palabras, y pone su don al servicio de los que más lo necesita...