—Tracción II—
Me quedé mirando uno de los espectros de la marea de drogas que inundaban mi sistema, resignado a sus efectos. Parece que esta vez, mi imaginación se había puesto detallista; ya que una de las incoherencias que no cesaba de ver, podía pasar por un gemelo más joven de quien me hacía recordar. Los simples jeans enfundaban unas piernas tan largas como las que poseía el original, pero la camisa, de un azul tan oscuro como los ojos que sabían despertar lo peor de mí, estaba abierta varios botones adrede, dándole un aspecto díscolo. La campera de cuerpo donde tenía refugiadas las manos, delineaba unos hombros anchos y firmes que incluso subían y bajaban, como si la esfinge disfrazada de normalidad, en verdad pudiera respirar.
Realmente me han partido la cabeza, admití centrando la vista en la pálida clavícula que no cubría la tela; denotando en el recorrido, la sombra que se dibujaba en el tenso musculo pectoral que se adivinaba más abajo.
¿Qué me había llevado a deformar la realidad de los entes que me rodeaban; intentando ver mi idea de normalidad grabada en ellos? Volver carnal a quienes ya no poblaban esta puta tierra, jamás había sido algo en lo que malgastara tiempo.
Mis ensueños me hacían girar entre los mismos actores, pero parecían tener una fijación con el rostro de la mirada fija en el suelo; a los mismos kilómetros de la realidad que yo. Mis ojos notaban con insistencia las mechas oscuras cayendo por la frente, y la forma que ese peinado indolente, hacían resaltar la pálida piel y le dotaban a la firmeza de su mandíbula, una virilidad casi sensual a la fantasmagórica aparición. Las oscuras ojeras, incluso, resaltaban el detalle más efectivo de mi visión: el azul oscuro, tan hipnótico como siempre.
Suspiré, tratando de obviar la molestia en mis pulmones.
Se había oficializado mi locura.
Ya no sólo veía cosas que no estaban allí, sino que, ahora también, producían sensaciones dentro de mí
¡Bien! La mierda ha tocado el techo, ¿y qué? Hasta mi machucado cerebro entendía que era mejor vagar por extrañas alucinaciones, antes que derivar en un amanecer oficial que solo me dotaría de horas y horas, maldiciendo mi doctorado en estupidez.
Cuando estaba preguntándome cuanto tardaría en aparecer otra esfinge menos incomoda, la figura levantó la mirada y la contundencia que habitaba en ella, me hizo dudar hasta qué punto todo lo que estaba experimentando era producto de las drogas.
—Privet, Iván—saludó.
Prendiendo la chispa de la lucidez. Haciéndome parpadear ante la incredulidad.
Tragué con fuerza. Mi puta garganta seguía ardiendo, pero no estaba seguro si seguía siendo por lo que sea que me había tirado a la cama, o por las palabras que no encontraban la forma de acomodarse en un sentido que me complaciera. El real.
Desperezándose de una forma bastante humana, Lezama, de carne y hueso, se levantó y empezó a acercarse a mí; haciéndome entender que lo que me impedía el habla, era una sola cosa que palpitaba con fuerza:
El deseo de que se fuera.
— ¿Cómo te encuentras?—insistió. Sin los característicos vidrios, el azul se concebía más penetrante sobre mí.
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Bifurcado
General FictionJavier es un psicólogo forense empecinado en develar las verdades que se ocultan en la oscuridad del ser humano. Su mente extremadamente analítica le permite ver mas allá de las simples palabras, y pone su don al servicio de los que más lo necesita...