Capítulo 12

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Me desperté tarde y una vez más tuve que salir corriendo a la escuela. Llegué cuando todos ya estaban en el laboratorio. Me fui a sentar con mi grupo de amigos de toda la vida, a la vez mi equipo de trabajo en el laboratorio.


–¿Qué hay? –dije mientras me ponía la bata y los lentes a velocidad luz y tomaba mi lugar en la mesa de trabajo.

–Oh, ¡miren quién decidió volver! –exclamó uno de mis amigos haciéndose el ofendido.

– ¿Disculpa? –dije entre risas– ¡Sólo fue un día sentándome lejos de ustedes! No exageren.

–Traición es traición –comentó otro dándome la espalda. Rodé los ojos y le quité importancia al asunto.

–Ya, chicos. Saben que yo jamás los abandonaría, ¿Quién más me pasaría las respuestas en los exámenes? –dije a modo de broma y me aventaron bolitas de papel, usé mis apuntes para cubrirme. Claramente se habían ofendido.

A duras penas logramos trabajar con normalidad ya que ellos no se tomaban nada en serio con tal de seguir su papel de ofendidos. Para colmo mezclamos mal los tubos de ensayo y el salón terminó inundándose de un olor fétido que se hacía imposible de respirar.

–Gracias por la ayuda –me quejé con mis compañeros mientras me cubría la nariz con la manga de mi bata.

–Gracias por abandonarnos –respondió uno de ellos.

–¡¿Es en serio?! –exclamé al cielo y me marché hecho una furia.


Los ignoré el resto del día, si me querían iban a tener que rogarme que los escuchara. Para mi sorpresa terminó el día y ellos no me dijeron palabra alguna. Sentí algo... como una estaca en mi corazón. Sí... creo que lo llaman traición.

Sonó el timbre del fin de clases y todos los alumnos se abarrotaron frente a la salida para irse lo más pronto posible. Yo iba mirando el piso, hasta que un niño me llevó por delante. Levanté la vista para gritarle que tenga más cuidado o ya iba a ver, pero mientras lo hacía divisé a lo lejos a una chica de cabello oscuro que llevaba colgando del hombro una mochila con varios pins que no alcancé a distinguir. Iba a correr tras ella, pero de la nada apareció un profesor y me detuvo.

–Qué bueno que lo encuentro, Javier –por más que lo intenté, no logré esquivar al sujeto y perdí de vista a la chica, estaba seguro de que era ella la chica a la que mi nuevo amigo se había referido.

–¿Sí? –indagué con desgano mirándolo a los ojos.

–Necesito que suba al segundo piso y entregue esto al profesor de Química.

–¡¿Por qué yo?! –Exclamé poniendo cara triste.

–Porque usted es el único alumno que encontré que conocemos el profesor de Química y yo.

–A decir verdad... –acoté tratando de zafarme.

–¡Vaya de una vez, señor Javier! –exigió con presencia.


Con resignación giré sobre mis talones y subí corriendo las desérticas escaleras. Mi mayor temor hasta ese momento había sido repetir el año, ahora lo era el pensar que podría aparecer un asesino y nadie jamás se enteraría. Corrí tan rápido como pude y entré al laboratorio, entregué los papeles, el profesor me agradeció, le respondí y bajé a toda velocidad las escaleras y me marché de la escuela, ya todos se habían ido.

La chica del pin de la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora