Salimos furtivamente del colegio y nos dividimos cada quién para regresar a su casa.
– ¿Dónde rayos estabas? –exclamó mi madre con aire inquisitivo al verme entrar y encaminarme a mi habitación.
"No ahora, por favor" pensé a la vez que giraba sobre mis talones para mirarla con una sonrisa inocente.
– ¡Hola, mamá! –expresé sonriendo, pero al ver su rostro enfurruñado deshice mi expresión casualmente alegre– Está bien, está bien... –dije alzando los brazos a la vez que ella fruncía los labios– Me quedé cumpliendo con otro castigo.
– ¡¿Castigado otra vez?! ¿Crees que vas a la escuela para hacer lo que se te dé la gana hacer? –bufó y se frotó las sienes– Ay, qué haré contigo...
– ¿Cocinarme? –sugerí con una sonrisa. Ella me fulminó con la mirada.
Puse cara de cachorro y subí las escaleras sin apartar la vista de su ceñudo rostro. Me pasé haciendo quehaceres el resto de la noche como "castigo", si me preguntan, creo que debo ensuciar menos ropa.
Por la mañana, desperté gozoso de saber que esa mañana en la escuela iba a ser extremadamente interesante. Salté de la cama y corrí a prepararme.
Llegué a la hora exacta de entrada, ni muy temprano ni muy tarde, a la hora perfecta. Caminé triunfante por los pasillos y poco tardó en hacerse presente la dulce melodía del caos.
– ¡Auxilio, no puedo levantarme de la silla! –gritaba una de las profesoras desde la sala de profesores. Otro salió corriendo en dirección al baño encogiéndose sobre su abdomen.
– ¡¿Alguien vio mi portafolios?! –clamó otro casi arrancándose los pelos.
– ¡Voy a vomitar! –exclamó otra con voz entrecortada.
¿Qué es eso que oigo? Oh, sí, el melodioso sonido de alguien dejando salir su desayuno. Los gritos, los bufidos y las quejas resonaban por los pasillos, todos se acercaban a ver qué estaba ocurriendo. Asomé la cabeza por la puerta de la sala y con una sonrisa ladina presencié a los profesores ir y venir con montones de hojas entremezcladas, probar su café e inmediatamente escupirlo, otros echados en el piso teniéndose el estómago, mientras un par vomitaban por la ventana. Sin contar que no tenían luz en la oficina para ver con claridad dónde estaban sus cosas y qué era lo que estaba mal.
– ¡Orden, tranquilos, ya lo vamos a solucionar! –gritaba la directora en busca de algo de orden– ¡Dejen de beber ese café! ¿No ven que está mal? –exclamó con hartazgo– ¡No, profesor, no devuelva ahí! –bufó mientras corría de un lado al otro intentando solucionarlo todo.
No tuvo más remedio que unirse al circo. Reí para mis adentros y retomé el camino hacia mi aula. Entré silbando y poco después apareció mi amigo, el chico de los cómics, tomando el lugar a mi lado. Intercambiamos miradas de cómplices y comenzamos a charlar como si recién nos enteráramos de lo ocurrido en la sala de profesores. Bueno, admito que esta vez nos pasamos un poquitín, pero esos señores necesitaban un buen susto.
Minutos después de enterarnos de que nuestro profesor se ausentaría, la directora cruzó la puerta con una mirada fiera.
–Wally –prorrumpió señalando con el dedo índice a mi amigo, el chico de los cómics– A mi despacho. Ahora –demandó con el ceño fruncido. Mi amigo se quedó estupefacto, al igual que yo. No tuvo más opción que levantarse y seguir a la directora como cordero yendo al matadero.
ESTÁS LEYENDO
La chica del pin de la sonrisa
General FictionUn chico encuentra en el piso de su escuela un inusual pin, de esos que se abrochan a la ropa o mochilas, de color amarillo con una gran sonrisa, pero parte de su alegre diseño incluye el dibujo de una gota de sangre... ...