Capítulo 41

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Era el día de la exposición. Durante la noche me había costado demasiado dormirme, estaba ansioso, nervioso, desesperado mejor dicho. No podía dejar de arreglar cada mínimo detalle de mi improvisado cómic en grandes hojas de un cuaderno de dibujo. ¡Era un desastre! Si al menos estuviera hecho por computadora ¡Pero no! Puro trabajo a mano de un simple aspirante a dibujante. Estaba perdido...


Me levanté, mucho más temprano de lo usual, por lo tanto, con más ojeras de lo usual. Me lamenté por no poder dormir más mientras desayunaba aletargadamente.

Abrí el majestuoso cuaderno. Decenas de hojas, tantos colores... ¡Tantos detalles por agregar! Lloriqueé en silencio mientras contemplaba mi trabajo, no había quedado como lo esperaba, pero era pasable... creo.


–Ya, ya, Javier –me consolé en silencio, buscando calmarme un poco. Me miré al espejo en la puerta izquierda de mi ropero– Hoy es el gran día, toda la escuela verá tu trabajo, tus profesores sobre todo, la Directora espera que lideres a tu grupo... ¡No, no estás bajo presión! –exclamé abrumado. Me sacudí y volví a concentrarme, me miré fijamente y me señalé– ¡Debes ser el mejor! ¿Entendido? ¡Vamos, demuestra que eres el mejor! ¡Barre el piso con todos los demás, eres el mejor dibujante de toda a escuela! ¡Demuéstralo! –me grité desafiante– ¡Haz que esos ineptos salgan llorando! Es tu oportunidad para brillar, ¡Solo hazlo! –exclamé a mi reflejo con voz gruesa.


En pleno acto, veo que la puerta de mi habitación estaba abierta... y mi madre se encontraba allí mirándome sin saber qué pensar. La miré un tanto avergonzado y otro tanto atónito, mis ojos brincaron de un lado a otro. Ella sin más siguió avanzando por el corredor.


–Bueno, dejemos esto para después –me dije a mi mismo, tocando mi reflejo con el dedo índice y entornando los ojos.


Bajé a la cocina y miré despreocupadamente el reloj... Me quedé con la boca abierta, mirando con terror la hora que ya era ¡Estaba llegando más tarde que cualquier día!

Como un rayo de luz, corrí a tomar mi mochila, siquiera me fijé en cómo iba vestido, y salí corriendo con todas mis fuerzas. No iba a llegar a tiempo corriendo.

¡El bus! Pensé al verlo pocos metros detrás de mí. Con todo mi esfuerzo, y mi poca agilidad, logré llegar a la parada antes de que siguiera de largo. Subí sin siquiera mirar a mi alrededor y tomé uno de los primeros asientos. Me dejé caer mientras respiraba agitado, buscando recuperar el aliento... y el pulmón que creo que se me cayó por ahí. Me quité la mochila y revisé por milésima vez si mi cómic estaba guardado, en efecto, allí estaba. Suspiré con alivio y me tomé las costillas, me dolía demasiado luego de esa carrera. Estaba por ponerme a retocar mi trabajo cuando oí voces femeninas, algunos asientos detrás del mío, hablando fuertemente (típico en mujeres) pero no de cualquier tema...


La chica del pin de la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora