15) Luna Llena

249 2 0
                                    


2 Semanas Después

Pasé la mayoría del día con mi amiga–Rosita. Cuándo íbamos de regreso, camino a casa, hubo una persona que me llamó la atención. Eduardo caminaba hacia nosotras. Cuándo cruzamos nuestros caminos, nos atendió con un saludo.

"Hola," dijo con un apretón de manos.

"Hola."

"¿Cómo estás, Rosita?"

"Bien ¿y tú? Hace tiempo que no te veía."

"Sí verdad."

"¿Conoces a mi amiga?"

Eduardo después me miró y puso toda su atención a mí. "Sí, nos hemos visto un par de veces durante misa. Hola, Elena."

"Hola," saludé tímidamente con una sonrisa.

"Bueno gusto en saludarlas. Ya me tengo que ir a trabajar. Hasta luego."

"Adiós," susurré tristemente al ver que se iba.

"¿Oye, Elena?" Llamó Rosita.

"¿Mhm?" Conteste mirando a Eduardo desaparecerse.

"¿Nos vamos?"

"Ah, sí. ¿Cómo lo conoces?" Pregunté mientras seguíamos nuestro camino.

"Yo conozco a todo el mundo."

Fruncí el ceño al escuchar su exageración.

"Bueno, a todo el mundo no, verdad. Pero sí a muchas personas. Vive cercas," pausó para observarme cuidadosamente. "¿A ti te gusta, ¿verdad?"

"Yo...yo pienso que sí," sonreí.




Viernes, 5 de junio 1987

Estaba sentada en un banco en la plaza donde esperaba a Enrique mientras Rigo y Tina estaban no muy lejos. Rigo quería que estudiara sin distracciones, ya que él es muy simple y chistoso. Un momento para otro, por casualidad, vi a Eduardo arrimado abajo de un árbol. Platicaba con un niño que aparentaba 10 años de edad. No pasó mucho tiempo antes de que me notara. Se dirigió a mí.

"Hola. ¿Puedo?" Preguntó si podía sentarse a un lado de mí.

"Claro que sí," dije mientras movía mis pertenencias. "¿Cómo está?"

"Bien. ¿Sabes que me puedes hablar de 'tu'?"

"Es que es costumbre. Uso usted con la gente que no conozco y por respeto."

"¿Y cual de esas es la razón por cual lo usas conmigo?"

"Por las dos cosas."

"Hagamos una cosa, de ahora en adelante me hablas de y yo me olvido de los cinco pesos que me debes. ¿Qué dices?"

"Está bien." Acepté.

Su sonrisa preciosa era contagiosa. No puede evitar también sonreír. Empecé a sudar, no sólo por el calor ni por la humedad, si no porque estaba nerviosa. Mi corazón latía con rapidez. Creó que mis manos temblaban también.

"¿Vas a misa todos los domingos?"

"Pues, no. Pero si debería, verdad. Porque es muy importante. Pero cuando se puede sí." Expliqué.

Él dejó escapar una risa dócil. "Entonces es por eso que no te visto."

"Ajá." Solté nerviosamente.

"¡Eduardo!" Un niño llamó.

"¡Ya voy!" Le contestó. "Bueno es mejor que me vaya llenado si no va seguir dando lata. Fue un gusto volver a verte."

La Morenita de SinaloaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora