18) El Disgusto

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Los restos de los días, se fueron cómo agua. Aprendí muchas cosas del pasado. Ahora conocía a mi papá más que antes. Antes lo quise cómo mi padre que fue, lo quise por querer mucho a mi mamá. Pero después de ir a Michoacán, lo admiré por los sueños que él quería realizar.

Llegué a encariñarme con mi tía Isabel y mi abuela en esa corta semana. Mi tía era una mujer muy hermosa. Cómo ya había mencionado, su cabello era largo, negro y rizado. Sus ojos eran negros cómo los míos. Eran muy bonitos, de esos que se miran con admiración. Pero su característica más atractiva era sus manzanitas en las mejillas. Cuándo sonreía se le veían bien agudas.

Ella era sencilla y amable. Me recordó mucho a mi mamá. Pero mi mamá era mucho más alegre. La tía Isabel tenía una tristeza en los ojos. No me atreví a preguntar que era lo que nublaban sus ojos. Yo no era nadie porqué preguntar una cosa así. No me gustaba ver la tristeza en la gente. La mayor tristeza que había presenciado fue la de mi madre después que murió mi papá.



Llegando a la casa muy cansados por nuestro viaje, entré directamente a mi habitación en búsqueda de mis fotografías de mi familia. Ver esas imágenes me trajeron muchos recuerdos de momentos que no entendía en ese entonces. Por ejemplo, nunca entendí porqué mi papá se iba y volvía mucho tiempo después. También me encontré una foto dónde estábamos los cuatro en frente de un rancho que vivimos por poco tiempo. Así de la nada nos mudamos a una casa pequeña y finalmente en otra casa mucho más chica después que murió mi papá.

El cansancio me ganó la curiosidad. Puse todo en su lugar para descansar. Tomé la fotografía en mi buró–mi foto favorita. Mis padres, Marisol, y yo. Éramos una familia y éramos felices aunque esa felicidad duró muy poco.

Cuándo desperté de una pequeña siesta, me acordé de lo último que pensé antes de haberme quedado dormida–¿Cómo llegó mi papá a Sinaloa? Tal vez mi primo lo sabía. Salí de mi habitación y busqué a Rigo a la sala.

Allí mismo lo hallé. Él estaba sentado en el sofá mirando las noticias por la tele. Me senté a un lado.

"¿Y Tina?"

"Está dormida en el cuarto. ¿Porqué, la ocupas pa' algo?"

"No, no. Sólo preguntaba por ella."

Sin pensar mucho le pregunté: "¿Rigo, hay muchas otras cosas que no sé de mis padres, verdad?"

Dejó la mirada del televisor y volteó a verme con curiosidad. Por un momento nos observamos el uno al otro. Yo intenté descifrar lo que él pensaba. Finalmente suspiró, "...Tu papá llegó aquí en Culiacán aunque su meta era llegar al otro lado. De pronto conoció a mi papá y se hicieron muy buenos amigos. Después se lo presentó al abuelo y allí es cuando conoció a tu mamá. Dicen que al verla por primera vez se enamoró cómo un loco," se rió entre dientes, cómo si se burlaba.

Es que no creía en el amor a primera vista. Pero de lo que no se daba cuenta era que a él le había pasado lo mismo con Justina.

"Pero cómo todas las historias de amor, hay un malvado que interfiere. Y en ese caso, era un pretendiente loco de tu mamá," dijo más serio. "Amenazó a tu padre a muerte y llevarse a tu mamá a la fuerza. El abuelo estaba encanijado y quizo hacer algo, pero José Miguel habló con él y le pidió la mano de tu mamá. Se casaron y se fueron a un pueblo no muy lejos de aquí. Y antes de que tú nacieras se fueron a Los Ángeles."

"¿Cómo murió?" Pregunté vacilantemente.

Rigo se quedó callado. Vaciló. "No, Morenita. No preguntes eso."

La Morenita de SinaloaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora