Capítulo 7: El perro se comió mi tarea

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La estaba pasando a las mil maravillas, pero de todas formas miro al tirano, o sea, mi reloj: casi las nueve. Decido llamar a mi madre para pedirle permiso de quedarme a dormir en la casa de mi «compañero», porque el padre llegaría tarde y no había vehículo para llevarme... ¡qué imaginación!

Como entraba al colegio a las 8:00 am, le pido a Leo que ponga el despertador a las 7:00, a fin de desayunar, ducharme y llegar con tiempo a clases, pues debería copiar las tareas que me habían dejado y que no hice por jugar de novio.

Cuando suena el despertador y abro mis ojos tengo una visión celestial: mi príncipe duerme junto a mí y yo estoy recostado en su brazo... todo un sueño hecho realidad. Leo estira su mano para tantear el despertador y apagar la alarma, lo que logra casi de inmediato. Levanto un poco mi cabeza para recostarme sobre mi codo y mirarlo tiernamente.

―Buenos días, Leo ―le digo y le doy un beso pequeñito en los labios.

Él se despereza estirándose totalmente como un gran gato rubio, abre los ojos y se encuentra con mi rostro sonriente.

―Buenos días, bebé ―me dice y levanta las sábanas para mirarse―. ¡Rayos! Siempre amanezco igual... aunque esté solo ―dice al notar que está excitado y como un tronco.

―Leo... pero tengo que ir al colegio... apenas tengo tiempo de...

No me deja terminar de hablar, pasa su brazo por debajo de mis costillas y me acuesta sobre su pecho. Quedamos cara a cara y nariz con nariz.

―No creerás que te voy a dejar ir y yo me voy a quedar así ―me dice.

―Pero, Leo... no tengo tiempo.

―Tenemos, bebé... mira la hora.

Observo el reloj y veo: 6:32 am.

―¿Qué? ¿Cómo es que es esa hora?

―Porque luego de que te dormiste cambié la alarma y la adelanté... precisamente previendo esto.

―Entonces...

―Tenemos tiempo. Así, tú te irás para el colegio sintiéndote muy feliz y yo me quedaré satisfecho... ¿no es un trato justo?

―¡Leo..! ―le digo y me abalanzo a besarlo.

Amanecer al lado de mi príncipe y que me haga el amor al despertar... ¿qué más puedo pedir?

Leo me lleva al colegio en su moto, pero le pido que me deje un par de cuadras antes a fin de que nadie sepa que vengo con él. Al entrar, Fran me estaba esperando con su cuaderno en la mano.

―Gonzalo... sólo porque eres tú te dejo copiar mi tarea... ¿Qué estabas haciendo, idiota? ¿Desde cuándo te desvive jugar un estúpido videojuego? O... ¿en la casa de cuál compañerito estabas, bribón? ¿Sólo jugaron o «jugaron»? ―dice poniendo tanto el tono como la expresión de sucia picardía en la última palabra.

―Francis, no pienses mal ―le digo mientras nos ubicamos en una de las mesas de esos horribles juegos de jardín que son circulares y de cemento y que algún genio de la Junta Administrativa tuvo la igualmente horrible ocurrencia de que a los alumnos les iban a encantar y que por eso los pusieron en el patio, todo a fin de poder escribir cómodamente y copiar la tarea.

―¡Noooo! Si no pienso mal... al contrario... pienso bien... ¿Qué? ¿Al fin la perdiste?

―¿La partida?

―¡No, idiota, la virginidad!

―Eh... Nop. Sólo fueron unas carreras salvajes de «N.F.S-Carbon». Y no me entretengas más que no tendré tiempo de copiarlas... ¿Qué quieres? ¿Que le diga al profesor que el perro se comió mi tarea?

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