Mientras tomo el desayuno miro por la ventana de la cocina y veo que es una mañana soleada. Por alguna razón, el mismo desayuno, que acostumbro con cierta regularidad, hoy me sabe a gloria, el cielo es más azul y el sol brilla más. En el jardín que está al frente de mi casa, hay unos rododendros que me esperan para saludarme con sus hermosas flores... los mismos rododendros que están allí plantados desde hace como tres o cuatro años, pero hoy lucen egregios y sus muchas flores parecen decirme a coro: «¡Buenos días, Gonzalo! ¡Qué día más hermoso!».
Al llegar a la acera veo a Ana que me está esperando, con su uniforme impecable, su cabello recogido en dos colitas simétricas y graciosas, su mochila de un rosa que encandilaba. Cruzo la calle y me reúno con ella, como todos los días, a fin de caminar juntos hasta la esquina a esperar el autobús escolar.
―Hola, bombón ―me dice sonriente.
―Buenos días, Ana. ¿Lista para un hermoso y desafiante día de clases?
―Espera, espera, espera... ¿qué pasará hoy en la escuela que yo no me he enterado? ¿De qué desafío me hablas? ¿Hay algún test que me cogerá desprevenida? ¿Habrás sido tan ingrato de no haberme advertido?
No puedo evitar reírme de su andanada de preguntas y su innecesaria preocupación.
―No, Anita; nada de eso. No hay ningún test, ni examen, ni nada; sólo un día más... pero algo me dice que es especial.
Ana se inclina para mirar mi rostro desde abajo y con expresión interrogante.
―Si no hay nada extraordinario... ¿por qué demonios piensas que va a ser especial y además pones esa cara de tonto?
―No lo sé... es un día tan hermoso... todo brilla, las aves cantan...
―¡Un momento! ―me dice mientras pone su mano en su mentón, pensativa―. ¡¡¡Eeeeehhhhh!!! ¡Bribonzuelo! Te vas a encontrar con alguien... No me digas...
―No, amiguita... no me voy a encontrar con nadie...
―El corazoncito de alguien que conozco ha empezado a latir... ¿por quién? ¿Quién es? Dime o eres hombre muerto.
―No digas tonterías, Ana.
―Alguien, alguien, alguien... ―dice como hablando consigo misma, mientras se rasca suavemente la cabeza―. Quién, quién, quién...
Esa discusión se extiende durante la espera del autobús y todo el viaje hasta el colegio. Ella insiste, yo lo niego; ella me amenaza, yo le digo que es inútil; ella pone cara de decepción y me acusa de no confiar en ella, que ya no la considero mi amiga, que soy un egoísta y desconsiderado, que no me apiado de su genuino interés en mí, que si creo que es una curiosa insolente, entonces no la conozco y por lo tanto no soy su amigo, y otro montón de argumentos destinados a que yo confiese. De pronto cesa de insistir y vuelve a actuar como si no hubiera pasado nada. Eso me llama la atención, pero no digo una palabra.
Al llegar al aula, descubro la razón de su aparente renuncia a averiguar qué era lo que me pasaba: Francis.
―Francis Salaverry, amiguito mío de mi alma, luz de mis ojos, corazón de melón... ¡qué alegría de verte! ―dice y el mismo Francis se sorprende por semejante e inusual saludo y me mira interrogante.
―¿Eh? Hola, Ana ―le dice aunque sigue desorientado.
―¿Verdad que tú sí me vas a contar? ―le pregunta.
―¿Contarte qué?
―Tu amigo casi hermano (este bicho insufrible que está aquí parado) ―dice como en un aparte―, no me quiere decir por quién doblan las campanas.
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Sexohólico
Novela Juvenil[Divertido romance erótico de temática gay chico X chico, con contenido adulto.] Un chico tímido, recatado, buen hijo, buen estudiante está esperando cumplir sus quince años para hacer su sueño realidad: perder de una vez por todas esa molesta cosa...