En el centro, comienzo a caminar por la Avenida de la Aurora mientras me voy repitiendo que sólo buscaré el puto disfraz y volveré como un rayo. Nada de andar de pesca, ni de cacería ni nada. Por más chicos guapos que me encuentre, no «haré ojitos» ni me pondré seductor ni insinuante... nada. Me comportaré como el Gonzalo que debe ser: serio, responsable y sobre todo, controlado.
Al fin llego a la tienda que me dijo mi madre, trago saliva y entro. Por fortuna, el hombre que me atiende es un señor amable, con todo el aspecto de un abuelo largamente sexagenario, bajito y bonachón que luce orgullosamente su gran barriga detrás de una camisa cuyos botones luchan desesperadamente por no salir disparados en metralla. Le explico mi precaria situación y saliendo de detrás del mostrador se acerca, acomoda sus anteojos de aumento considerable, me estudia y sentencia:
—No va a ser fácil.
—¿Disculpe usted?
—Si fuera una fiesta común, ya lo habría decidido, pero si tú eres el cumpleañero y la organizan tus papás y tal... no va a ser fácil. Sobre todo si tú mismo no tienes idea de qué es lo que te gustaría lucir y hacerte sentir bien.
—Ese es el problema, como le dije. Si por mí fuera, hubiera preferido otra cosa, pero ya sabe usted como son las madres.
—Cierto. «Madre hay una sola», por fortuna, porque, ¿te imaginarías si uno tuviera doce o trece? ¡Un caos! Créeme.
—Lo supongo, sí —dije riendo pues el buen hombre era la mar de simpático.
—Veamos... veamos... Vayamos reduciendo y simplificando: ¿De fantasía o histórico?
—¿Qué? ¡Oh! No lo sé...
—¡Jod...! Eh... perdón. Histórico... para un chico como tú... con tu complexión... no. ¿Algún personaje que te guste? De cuentos, digo. ¿O alguno con el que soñabas de niño y que te hubiera gustado ser?
En ese momento pienso en Aurora Rosa, mejor conocida como «La Bella Durmiente», o en alguna otra princesita de Disney, que era lo que el idiota de Fran hubiera dicho si me estuviera acompañando a mí y no al no menos idiota del Sam, de quien ahora no se separa. Si le pregunto por un disfraz de «Pocahontas» haría el ridículo, sin duda alguna.
—¿Qué te parece Peter Pan? —me pregunta en tono de triunfo y yo vuelvo a evocar a Campanita, pero no creo que Francis venga disfrazado de tal—. ¿O Aladino, quizás?
—Podría ser.
—Lo mejor es que te los pruebes y veas cómo te sientan y cómo te hacen sentir.
—Está bien.
—Por allí están los probadores —me dice señalándome un oscuro pasillo—. Ya te lo alcanzo... ¡Abdul! —grita—. Un Peter y un Aladino para el 6.
Entro al pasillo y busco el probador que llevara el número 6 y me dispongo a esperar. Como un minuto después tocan la puerta, abro y quien supuse que era el tal Abdul, me extiende las cajas con los disfraces. Toda mi firme determinación de comportarme, de controlarme, comienza a tambalear.
—Hola —me dice ese hijo predilecto de Saladino, o más bien su nieto, porque no aparentaba tener mucho más de veinte años—. Si te parece, pruébate este de Peter Pan, primero, creo que te sentará muy bien.
Abre la caja y con toda discreción se retira cerrando la puerta. Con miles costos puedo ponerme la malla y me parece que eso no debería de ser así. Abro apenas la puerta del probador y allí está Abdul esperando.
—Perdona, pero no sé si será la talla correcta...
El chico entra me estudia de arriba abajo y suspira profundo.
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Sexohólico
Teen Fiction[Divertido romance erótico de temática gay chico X chico, con contenido adulto.] Un chico tímido, recatado, buen hijo, buen estudiante está esperando cumplir sus quince años para hacer su sueño realidad: perder de una vez por todas esa molesta cosa...