Al llegar a la casa de Leo, lo primero que veo es el coche de su madre aparcado a la entrada del garaje y eso tampoco me gusta.
—Leo... eh... tu mamá... ¿ya está en casa? —pregunto luego de haber desmontado de la moto y mientras me sacaba el casco.
—Sí. ¿Por qué? No me vas a decir que eso te pone incómodo.
—Bueno, sí... un poco.
—Mi madre es una buena persona, Gonzalo, no tienes de qué preocuparte.
—Si tú lo dices.
Entramos y yo, todavía asustado por lo que acababa de suceder en la casa de Ana y ahora al tener que conocer a la madre de Leo... eh... mi suegra..., me quedo en la sala, mientras Leo sigue para la cocina. Al momento aparecen los dos.
—Mamá, este es Gonzalo; uno de los estudiantes miembros del Club y del que ya te había contado —dice con total naturalidad.
—¡Oh! Entonces tú eres el que vive frente a la casa de mi sobrina —dice la mujer—. Mucho gusto, Gonzalo, me llamo Andrea.
—Mucho gusto, señora —digo adelantándome para darle la mano.
Debo reconocer que me produce una buena impresión. Una mujer que estaría llegando a sus cuarenta, cabello corto y castaño, con un maquillaje muy suave, discreto y elegante, que se conserva muy bien, buen cuerpo y un aura de simpatía que me tranquiliza enormemente.
—Me moría de ganas de conocerte, Gonzalo. Leo no hace otra cosa que hablar de ti.
—Espero que no haya dicho nada malo, pues si lo hizo, deberé acusarlo de mentiroso —digo sonriendo.
—¡Oh, no! Sólo maravillas cuenta. Está impresionado porque dice que eres un caso especial.
—¿Un... «caso especial»? —pregunto mirando a Leo con expresión de «¿quieres que te mate?»
—Sí, porque me ha dicho que eres un estudiante excelente, de los mejores del colegio, y que no es usual que un estudiante así quiera practicar lucha grecorromana.
—¡Ah! Por eso... —digo y siento que con esa expresión dejé entrever que respiraba con alivio. Sin embargo, la señora no lo notó o se hizo la que no lo había notado.
—Pero, ¿no era que estarían en la casa de Anita para una tutoría de matemáticas o algo así?
—Estaríamos, mamá, tú lo has dicho. Pero ni te imaginas lo que acaba de suceder —dice Leo y yo trago saliva que creí más bien ser arena.
—¿Qué pasó, Leo?
—Tu sobrina queridísima es, aunque no puedas creerlo, una Lucrecia Borgia. No había tal tutoría de matemáticas. Todo fue un sucio plan fraguado por esa maquiavélica mocosa y que tenía como objetivo que Gonzalo perdiera su virginidad.
—¡¿Qué?! —dice la mujer mientras yo siento que Leo me conduce al matadero.
—Así como lo oyes. Inventó eso de la tutoría para traer a su casa a la supuesta pupila que no es más que una ninfómana. Si yo no llego a tiempo, quién sabe qué hubiera pasado.
—Pero lo extraño —digo con aire de inocencia— es que Ana te había invitado a ti también, Leo. ¿Cómo pretender eso si tú ibas a llegar?
—A mí nunca me invitó, Gonzalo. ¿Ves? Una prueba más de que todo era un vil plan. Si tú no me hubieras texteado lo de la tutoría, yo no me hubiera enterado.
En ese momento, lo único que quería era encontrarme con mi vecina, compañera y amiga, agarrarnos de las trenzas y revolcarnos por toda la calle hasta dejarla como un morcillón. No puedo creer que haya llegado a tal extremo. Sentía que la amistad que nos había unido desde que tenemos uso de razón, había llegado a su fin.
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Sexohólico
Teen Fiction[Divertido romance erótico de temática gay chico X chico, con contenido adulto.] Un chico tímido, recatado, buen hijo, buen estudiante está esperando cumplir sus quince años para hacer su sueño realidad: perder de una vez por todas esa molesta cosa...