Capítulo 21: ¿Alguien sabe por qué las pizzas son un peligro?

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Eso me preocupó. Primero lo pensé con un cierto sabor a travesura, pero a medida que caminaba hacia mi casa, me fue preocupando cada vez más: ¿Acaso me he vuelto tan «sexohólico» como Leo?

Camino lentamente y miro mi reloj: todo el asunto de las invasiones de domicilio, saltadas de tapias, discusiones con el «moro» y el affaire en el cobertizo habían tomado más de media hora. Voy para mi casa porque no tiene sentido intentar llegar por lo menos a la última parte del «estreno» del gimnasio de los hermanos Jiménez. ¿Cómo le estaría yendo a Francis? Yo no estaba muy seguro de que lograra algo con Andrés, pero con Felipe es muy probable. Al no estar yo, quizás se ofrezca a llevarlo a su casa en moto y por lo tanto, lo llevará al garaje y fingirá que la moto no arranca y tal... así como lo hizo conmigo. ¿Quién iba a pensarlo? El Felipillo ese es un pillín, no hay duda. Por lo pronto mi móvil no sonaba así que todavía no habría «fumata biancha», como dirían en el Vaticano.

Estaba pensando en eso cuando oigo el característico zumbido o rugido de una moto y supongo que no puede ser Felipe que, frustrado pero ahogándose en testosterona, salió a buscar algo humano con qué desahogarse; y era cierto: no es Felipe sino Leo. Al verme se acerca lentamente y detiene la moto a mi lado pero sin apagar el motor.

—¡Rayos, Gonzalo! Estuvo cerca —me dice mientras conduce la moto a la misma velocidad que mis pasos.

—¿Y qué saliste a hacer? ¿Vas a buscar a Mariana?

—No seas tonto, bebé. Que me he quedado preocupado y salí a dar una vuelta a ver si te encontraba y si no, iría a tu casa para asegurarme de que habías llegado bien.

—Muy considerado de tu parte, si se toma en cuenta que acabo de saltar tres tapias, violar el domicilio de dos familias decentes y...

—¿Y qué más?

—...y casi dejar la mitad de mi uniforme colgando de las maderas.

—Pero no fue así. Y como quiero compensarte, te voy a invitar a comer pizza.

—Leo... mi mamá me debe estar esperando y...

—Llámala y le dices.

—Pero, Leo... se supone que...

—Llámala, no seas tonto, bebé.

Obedientemente tomo mi móvil y la llamo:

—Mami... que me voy a atrasar un poco porque me han invitado a comer pizza, así que tampoco te preocupes por mi cena... ¿Que quién me invitó? ¡Ah! Un amigo que...

En ese momento Leo me arrebata el aparato y ante mi mirada perpleja dice:

—¿Señora Rodríguez? Hola, soy Leonardo, el primo de Ana... Sí, exacto, su vecina de enfrente y compañera de Gonzalo... sí, el mismo... También soy el profesor de lucha grecorromana del Colegio, sí... así es... Perdone que me entrometa, pero como acabo de oír a Gonzalo eso de la cena, se me ocurrió que en lugar de invitarlo, mejor llevo pizza para todos, así que en... no sé... media hora, tal vez, estamos llegando con la cena... No, no; no es ninguna molestia, para nada... Seremos nosotros cuatro nada más... Sí, exacto, usted y su esposo, Gonzalo y yo... Sí... es cierto —dice y se ríe— como en familia... Muy bien... nos vemos entonces... y gracias.

El descarado me devuelve el móvil con una sonrisa como supongo que podría tener el diablo cuando acaba de realizar una diablura... Me parece sentir hasta el olor a azufre.

—Leo... ¿pero estás loco?

—Eso es una verdad indiscutible. Venga... sube y vamos a por la pizza... Por cierto, ¿hay algún sabor particular que le guste a mi suegra?

SexohólicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora