Capítulo 12: «¡A horse! ¡A horse! ¡My kingdom for a horse!»

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Decepcionado por la inoportuna llamada de la Dirección del colegio, camino hacia el patio dejando atrás a mi príncipe y mis expectativas. Como siempre, al llegar a la muchedumbre de alumnos, comienzo a buscar a Francis, pues no quería quedarme allí solo como un tonto; pero no logro ubicarlo. Supongo que todavía estaría con los hermanos Jiménez, porque aunque tuviera cierta aprensión con respecto a Andrés, estoy seguro de que la presencia de Felipe superaría toda limitación. Desde uno de los extremos miro para todos lados, incluso poniéndome en puntas de pie para ver mejor, pero sigo sin encontrarlos, cuando siento que alguien toca mi hombro.

—Gonzalo...

Es Ana, con un tono de voz y una mirada que gritaban a voz en cuello que en su mente urdía una travesura.

—Anita... —le digo y al momento veo que no está sola. La acompaña una niña de unos catorce años por lo que supongo que estaría en noveno grado. La niña, con su enagua a cuadros por sobre sus rodillas, su camisa blanca del uniforme, luce un par de colitas a ambos lados de su cabeza que la hacen parecer aún más infantil de lo que es, aunque bajo su blanca camisa ya se puede notar que usa un brassière que contiene dos redonditas cositas de esas que les aparecen a las chicas a esta edad y que Francis dice que si él las tuviera, todo sería más fácil. La niña, ubicada a un par de pasos detrás de Ana, tiene sus dos manitas tomadas y retorcidas y sus piernitas juntas aunque separando sus talones pero juntando las puntas de sus pies, así como sus rodillas. Eso, junto a su cabeza gacha y su rostro encendido, me dice que está sufriendo de un ataque de timidez o vergüenza que amenazaba con desplomarla en el piso en cualquier momento.

—Gonzalito, bombón —continúa Ana—, me enteré de que tus habilidades como profesor de matemáticas han aumentado considerablemente —dice con un aire de formalidad que no anunciaba nada bueno.

—¡Ah! ¿Sí? Y supongo que te enteraste porque como te sientas a dos pupitres de mí y a tres de Andrés Jiménez, supiste que Andrés logró los cinco puntos extra que el profe le prometió... ¡Cómo corren los chismes, por Dios!

—Sí, exacto.

—¿Y entonces?

—Entonces, Gonzalito de mi corazón, como tú eres un alma de Dios que se desvive por ayudar a los desvalidos, estoy más que segura... ¿qué digo? Absolutamente convencida, de que te mueres de ganas por ayudar a Beatriz con los problemas de «mate», porque la pobrecita, así como la ves, no pega una.

—Pero, Anita...

—Esta niña, Gonzalo, abre el libro, se topa con un binomio y queda de boca abierta como si estuviera frente a los muros del templo de Luxor; para ella todo eso de las constantes, las variables y los coeficientes es como enfrentarse a los jeroglíficos y para peor, medio borrados por la erosión del tiempo y el toqueteo de los turistas.

—Pero, Ana...

—Y como no hay nada más placentero y digno que sacar a una niña de la ignorancia galopante que amenaza con confinarla a una cocina y a criar bebés, sin ninguna esperanza de realizarse como profesional ni realizar ningún aporte significativo a la sociedad, tengo el honor de informarte que, a partir de hoy, serás su tutor personal de matemáticas, es decir, su salvador y redentor.

—Muy amable de tu parte, Ana, pero no puedo aceptar.

—No digas tonterías, Gonzalo, porque ya aceptaste.

—¿Qué? Entonces, renuncio.

—No puedes renunciar tampoco, bombón. ¿Qué harás con tu conciencia cuando dentro de unos años Beatriz sea una esposa agredida y tenga que dejar a sus hijitos a la buena de Dios, porque tenga que purgar veinte años de cárcel por haber matado al maldito de su marido que le pegaba en cada borrachera?

SexohólicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora