Laclair

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      Escuche gritos y llantos lejanos, mi vista estaba nublada por el fuego y las cenizas que caían por todo mi alrededor. Mi voz estaba apagada, como si alguien hubiera arrancado mis cuerdas vocales y ahora me fuera imposible emitir sonido alguno. El pecho me dolía y mi ojos lloraban; fue cuando escuche los aullidos de los lobos, que me deje caer sobre mis rodillas y llore con fuerza, descubriendo mi voz resurgir poco a poco entre la pavesa.
Alce la mirada, y pude ver una luz brillante y dorada, acercándose a mí. Conforme más se acercaba, pude ver a un hombre, uno robusto y alto, que me miraba con los ojos de fuego, llenos de odio y lujuria. Era el Sol.

        Abrí los ojos, agitada, sintiendo el miedo recorrer mi cuerpo, además de un fuerte dolor en la cabeza, en los músculos de mis piernas y brazos también. La blanca luz que entraba por la ventana, me obligó a cerrar los ojos nuevamente, forzándome a parpadear en repetidas ocasiones hasta que logre acostumbrarme a ella. Tome un respiro y lo volví a intentar.
Mire el techo primero, su color y forma no me eran familiares, gire la cabeza y confirme que no conocía aquella habitación. Un vago recuerdo de Joseph hablando sobre un lugar donde estaríamos a salvo llego a mi mente << ¿Acaso este es el lugar del que hablaba? >> Me senté sobre la cama, apoyando mi peso sobre los codos para impulsarme y lograr llegar a recargar la espalda sobre el cabezal del lecho. Seguí mirando todo a mí alrededor atentamente, mientras un par de lágrimas caían por mis mejillas.

—­Joseph... —Susurre débilmente, con un nudo en la garganta mientras poco a poco los recuerdos llegaban a mi mente, sollozando con temor. Seque mis lágrimas con la manga del camisón, no recordaba que había pasado después de que saliera del bosque, pero tenía la certeza de que mi esposo me había traído a un lugar seguro.
Aparte las sabanas, y con cuidado de no lastimarme, baje las piernas, una a una. De repente, la puerta se abrió, llamando mi atención rápidamente, una mujer de unos sesenta años apareció por el umbral de la puerta.

— ¡Has despertado! —Exclamo alegremente— ¡Aubin, corre, trae un poco de sopa, la niña ha despertado! —Dijo volviendo por donde entro, antes de regresar y tomar mi mano— Aun estas débil querida, debes descansar —Con su ayuda volví las piernas a la cama— La señora Morin aseguraba que no despertarías, pero yo tenía fe en que si lo harías.

— ¿Dónde estoy? —Fue lo primero que me permití preguntar, por más que deseara saber sobre Joseph, debía ser cuidadosa.

—Estamos en Dubois, un pequeño pueblo que está bajo la protección de la familia Laclair —Dijo con cierto orgullo— En estos días le damos gracias al señor por estar bajo el cuidado de esas buenas personas. Mi nombre es Charlotte.

— ¿Cuánto tiempo llevo aquí? —Me apresure a preguntar.

— Veamos... —Pensó la mujer— Dormiste durante un día y dos noches, hoy es la mañana de tu segundo día —Su voz era maternal, note su forma pausada y tranquila al tratar de explicarme.

Antes de que pudiera continuar, entro por la puerta un joven de cabello castaño oscuro, como sus ojos, complexión delgada y expresión fastidiada.

—Abuela, espero pueda irme ya —Comento dejando la bandeja con la sopa sobre la mesa— No quiero perderme ningún detalle sobre esos malditos ricos que pretenden comprar nuestras tierras, como si los fuéramos a permitir, ¡BAH! —Mascullo para sí mismo con molestia— y también están, esos endiablados lobos.

—Lobos... —Repetí sorprendida.

—Sí, han estado fastidiando nuestros campos
— ¿Qué modales son esos? —Lo miro la mujer con el ceño fruncido. Aubin, como lo había llamado su abuela antes, me miro, hizo una mueca que debía ser su intento de sonrisa y salió rápidamente, avisando llegaría más tarde.

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⏰ Última actualización: Aug 03, 2016 ⏰

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