Llevábamos meses planeando este viaje junto a mi primo, lo que haríamos en el sur y los baños en el río eran un motivo para que la ansiedad nos llegara a las nubes. El día habia llegado y estábamos en el terminal de trenes, ambos con la mochila al hombro siguiendo a mis tíos que se preocupaban del resto de mis primos.
- será genial - solté mirando a mi primo, su mirada estaba perdida en los inmensos trenes que nos rodean.
- vamos chicos, arriba - mi tío Lucho, el Papá del ruliento de mi primo nos ayudó a subir al tren, inmediatamente corrimos por los pasillos buscando un asiento libre, en realidad muchos asientos libres.
-¡Nico acá! - el ruliento me gritaba desde el fondo, corrí en su dirección y logré sentarme frente a él a un lado de la ventana. Mis tios se sentaron a nuestro lado junto a mis primos. El tren partió y el paisaje que nos enseñaba era hermoso, todo rodeado de distintos tonos de verde.
Al llegar a nuestro destino los días pasaban volando, corríamos por los prados o entre los choclos, ordenábamos las vacas y andábamos a caballo. Todo era un sueño que me gustaba bastante.
- oye mami, podrías contarle una buena historia a los chiquillos - mi tío que estaba sentado aún en la mesa nos veía aburridos en el sillón.
- ya pueh - la abuela, una mujer de como ochenta años se sentó en el sillón - les voy a contar una leyenda de aquí del pueblo - limpió su nariz cuando con el Jaime nos acercamos a ella, queríamos escuchar esa gran historia de la que todos en Santiago hablaban - Don José, el que vive aquí en la plaza una vez curao se fue pa su casa, lo acompaño el pino que también estaba bien caramboleao', en el camino - la mujer contaba la historia de una manera sumamente creíble, todas eran cosas que le ocurrían a personas que nosotros habíamos visto más de una vez. Cuando terminó el primero en hablar fue mi primo.
- Pero eso no da miedo - Jaime sonrió levantándose del suelo y volviendo al sillón.
- ¿no te dio miedo? - mi tío reía desde atrás - entonces anda a dejarle las botellas a la señora tila a la esquina porfa.
- ya, vamos Nico - el problema de esto era que a mi la historia si me había dado bastante miedo. Haciéndome el macho me levanté y me acerqué a la puerta.
- cuidao' con los chanchos y el diablo - gritó la mujer cuando cerramos la puerta.
- fome su historia - susurró el ruliento, cambiábamos en silencio la cuadra que nos separaba de nuestro destino, observando mi alrededor esperaba de verdad que no me apareciera ningún animal.
Llegamos a la esquina, entregamos las botellas y volvimos a casa, mientras cambiábamos el sonido de nuestros pasos se repetía suavemente poniéndome nervioso. El Jaime aún tranquilo caminaba a mi lado, todo era sumamente relajante hasta que algo detrás de la maleza nos asustó.
- El chancho - sujeté la mano de mi primo con fuerza.
Un pequeño pitido y la luz que nos alumbraba se apago, no recuerdo cuando nos pusimos a correr ni cuando me puse a llorar, pedia a diosito que el chancho no me llevara. Llegamos a casa cansados, el corazón acelerado y las mejilla húmedas. Recuerdo como mi tío se reía de nosotros y al poco rato se le unió la anciana que miraba al ruliento, el cual enfadado intentaba explicar que no se asustó.