Siento que nuestro encuentro fue algo sumamente mágico, que no fue al azar y que debíamos estar juntos para superar lo que venía.
Les contaré un poco de mi historia, no todo ya que se pondría sumamente latero. Mi nombre es Nicolás Larrere y a los siete años me di cuenta de mi orientación sexual, siempre fui un chico de baja autoestima y por lo mismo nunca salí del clóset. No me importaba en lo mas mínimo el sexo y llegué a creer que era asexual. Hasta que por supuesto apareció el, Jaime Navarro, el hijo de puta más grande de los hijos de puta. Todo partió como un amor odio, el tipo me molestaba en los tiempos muertos de la Universidad, me invitaba al cine como amigos y después siempre pasábamos a comer. Al contrario del resto de sus amigos siempre cuando íbamos solos me invitaba a un buen restaurante.
En una de esas salidas le pregunté si sentía cosas por mi, con el miedo saliendo por mis poros me respondió que sí, que yo le gustaba pero no sabía si decirlo o no. Comenzamos una relación secreta, seguía webeandome en los tiempos muerto, carreteabamos como amigos, nos comíamos en el baño. Llegamos muchas veces a tener relaciones en las piezas de mis amigos y después me daba un cargo de conciencia enorme, ¿qué culpa tenían ellos de nuestras calenturas? No lo sé.
Como les decía pasaron los años y Jaime Navarro decidió independizarse, claro ningún problema con eso. El problema llegó cuando decidió que Santiago no era un lugar para él y se compró una casa en Chiloé, quería iniciar su propia empresa pesquera. En un ataque de ira le dije que yo no me iría, que no le importaba mi opinión y que se fuera solo. Pensando en que se iría dejándome en Santiago con el corazón roto lloré dias enteros. Frustrado por la razón de que habíamos terminado y no se había dignado a llamar por teléfono.
Me levanté un día domingo para ir al supermercado, al abrir la puerta lo encontré fuera de ella a punto de tocar el timbre, traía un peluche gigante y un ramo de rosas azules que me ofreció apenas me vio. Entre la rabia que sentía, la pena y la incertidumbre negué las rosas y cerré la puerta. Casi tres horas estuvo golpeando sin detenerse, cantando canciones depresivas y recitando poemas de amor. Al abrir y verlo con la cabeza al piso, con el ramo de flores entre sus piernas y apoyando su espalda en el peluche sólo pude llorar. Lo perdoné y en ese momento firme mi compromiso para seguir sus estupideces, es que cuando al Jaime se le mete algo en la cabeza es tan insistente que aburre.
Cuando llegamos a Chiloé se compró una lancha, en esa lancha decidió iniciar su nueva mini empresa, la verdad es que estaba casi todo el día mar adentro y yo me quedaba solo mucho tiempo, sin nadie a quien conocer decidí acompañarlo. Navegábamos hasta el lugar que más le gustaba y conversábamos horas de viajes que algún día haríamos o la idea de adoptar uno que otro niño, siempre soñábamos con formar nuestra propia familia y la idea me parecía fabulosa.
Jaime siempre fue un gran empresario, tenía la mente y el alma para hacer cosas grandes, así que, cuando ya estaba bien su empresa, con gente trabajando para él y esas cosas viajamos a Argentina. Me pidió matrimonio de una forma que solo el podría haberlo imaginado y estábamos con todas las ganas de formar nuestra familia. En el centro de adopción nos pedían dos testigos y nosotros no le habíamos contado a nadie de nuestra relación, creímos que nuestro gran paso estaba terminado cuando el ruliento decidió contactar con nuestros viejos amigos. Estaba asustado a más no poder, nuestros amigos siempre fueron de los que insultaban a los gays o tiraban tallas bastante hirientes. Al contrario de lo que pensaba, Edgar y Nicolás decidieron ayudarnos, nos retaron por no contarles nada y a parte por no invitarlos a nuestro matrimonio solitario.
Logramos adoptar dos niños, eran dos gemelos idénticos de dos años. Jaime era el más contento con la situación y a mi la sonrisa no me la sacaba nadie. Volvimos a Chiloé a las semanas después, los niños eran felices en el gran terreno que teníamos y el hombre con el que me había casado era feliz pescando y enseñándole a los niños los placeres de la vida.
Por mi parte, todos los días antes de dormir y después de bañar a los pequeños, obligaba a mi esposo a recostarse en la cama a ver una película hasta que los niños se dormían, era mi momento de felicidad. Abrazado al menor me encantaba cuando me susurraba el quinto o sexto te amo sin aburrirse. Me encantaban sus besos y sus caricias hasta que me dormía, como se levantaba en silencio y llevaba a los chicos a sus respectivas camas, para después besar cada parte de mi cuerpo que se erizaba al contacto. A pesar de todos los años que llevábamos juntos no me aburría de él y creo que no lo haría nunca.