Capitulo 1

4.5K 45 10
                                    

La luz mortecina de un sol agonizante diluía sus oros palidos en el cristal de las diminutas y frias gotas de lluvia que, como el llanto de un niño enfermo, caian sobre la gran ciudad azteca arrebujada en un manto de gris melancolia producida por la hora crepuscular.
Por las vertientes de las lejanas montañas descendia la noche, lenta, callada, misteriosamente; y los oros palidos del sol agonizante, al quebrarse en el cristal licuado de lluvia, ponian en su frente una diadema de arcoiris, haciendo resaltar mas la blancura de su faz.
¡Hora misteriosa, enigmatica y profunda la del anochecer! ¡Hora que se adentra en el alma haciendole sentir su pequeñez, y anhelar la comunion con la grandeza infinita y suprema que es Dios!
Asi lo sentia Rut, sentada cerca de una ventana en cuyos cristales libraban una simbólica batalla la lluvia, el sol y la noche, con el sol de sus ojos cubierto por la blancura de sus manos, por cuyos largos y delgados dedos resbalaba la lluvia de su llanto, que caia en gotas cristalinas y salobres sobre su negra vestidura.
Se hallaba sola. Algunas personas, compadecidas de su dolor, habian querido acompañarla al regresar del cementerio, pero ella dulcemente habia suplicado que la dejaran sola. ¡Hay dolores que solo se comparten con Dios, porque solo el los comprende!
¡Cuan sola se sentia! ¡Cuan inmensamente sola! Aquella humilde y limpia habitación que habia sido acogedora y tibia como un nido cuando su abuelita Noemi la habia compartido con ella, estaba ahora desolada y fria sin la presencia de la dulce anciana.
Rut era una jovencita de 17 años, de belleza blanca y dulce. Huerfana de padre y madre desde pequeñita, habia vivido con su abuela Noemi , a quien llamaba cariñosamente Nani y queria como a una madre, y de quien habia sido querida como se quiere a una unica hija.
De su madre guardaba alla en algun lugar de su mente, por conversaciones que habia escuchado en su niñez, un recuerdo temeroso mezclado con el amargo sabor de una tragedia que mas bien intuia que sabia.
Sobre una mesita que le servia de tocador estaba un retrato de su madre en un fino marco dorado. Se habia llamado Raquel, y habia sido hermosa a juzgar por la fotografia. Cuantas veces Rut se habia quedado extasiada contemplando la soberana belleza de la que habia sido su madre; pero lo que prendia en el alma de la joven una fascinación indefinible eran los ojos inmensos y negros, que escondían en las profundidades de sus pupilas negras los presagios de la tragedia.
Rut lo adivinaba asi, y cuando muchas veces sorprendio a su abuela llorando amargamente contemplando con ternura dolorosa aquel retrato, sabia que su pobre y dulce abuela habia presenciado esa tragedia que al través de los años aun pesaba como una losa fúnebre sobre su corazon.

Asi vivieron abuela y nieta, la una sabiendo, la otra presintiendo, en una comunión de dolor. Por la mente de Rut pasaban tambien, como una bandada de pajaros, unos blancos, otros grises, los recuerdos de su infancia y de su adolescencia. Entre estos recuerdos habia uno azul y luminoso: el recuerdo de él, el joven que con una mirada habia iluminado su corazón con las primeras luces del amor. Habíale comunicado aquel dulce sentimiento a su abuela, y esta, al saber quien era el joven que despertara a su nieta a la potencia de ese tirano que se llama amor, había temblado de espanto, y abrazandola fuertemente como si quisiera ampararla con sus cansados brazos de un terrible peligro, había clamado como en una plegaria: ¡Librete Dios mi pobre Rut! ¡Librete Dios!
Despues, viendo el azoramiento en los ojos melancólicos de su amada nieta, comprendió que era necesaria una explicación y le habia dicho: Ven, mi pequeña, siéntate a mi lado y no me veas con ese azoramiento que hace mas grandes tus ojos.
Hay algo que hace algunos años, tres por lo menos, cuando vi que mi pequeño capullito hijo del rosal que fue tronchado por la tempestad se transformaba en blanca rosa, he querido contarte pero he tenido mucho miedo de tender sobre tu alma blanca y buena la sombra gris de un dolor que no necesita ser tuyo.
Muchas veces me haz visto llorar ante el retrato de tu pobre madre, y muchas veces te he visto a ti contemplarla con temerosa ternura, y volviendo los ojos a mi parecias interrogarme con una mirada que brotaba de las profundidades temerosas de tu alma. Tenias derecho a conocer el misterio que rodea la muerte de tu madre, pero yo sentia que era mi deber protegerte contra un gran dolor mientras no fuese necesario hacerte participe de el, Pero ahora -Había dicho la abuela lanzando un doloroso suspiro- ahora es necesario.
Recordaba la joven que su abuela se hania levantado, y dirigiéndose a un baúl en donde guardaba cajitas, cintas, tejidos primorosos de gancho, ropa muy blanca y el hermoso libro de pastas de cuero negro y cantos dorados en el que leían todas las noches, habia sacado del fondo una caja de cedro primorosamente trabajada y con cerradura de bronce que en la tapa tenia grabada en oro el nombre Noemi.
Del llavero que llevaba sujeto a la cintura tomó una llavecita pequeña con la parte superior en forma de cruz de exquisita filigrama, y entregandosela le había dicho con voz que sonaba a llanto: -Rut, mi pequeña, en esta cajita se encuentra la historia de una vida que arrebatada por el torbellino de una insensata pasion, trajo dolor para si y para los suyos. Mañana cuando regreses de la oficina, leeremos juntas esas paginas que fueron escritas con risas efímeras y con lagrimas que aun no se secan.
Ella habia tomado la llavecita con cierto doloroso respeto, y la habia guardado, temiendo y ansiando la hora en que habria de descorrer con mano trémula, con mano el pesado cortinaje que le revelaría aquel misterio que habia sentido flotar cerca de ella desde pequeña, como flota una nube gris en el inmenso azul haciendo palidecer a su paso los rayos del sol.
En la oficina habia estado inquieta, desasosegada. Solo haciendo un gran esfuerzo pudo cumplir con su trabajo y cuando al fin llego la hora de salida corrió, voló a su casa con el corazon palpitandole aceleradamente de expectación. Habia abierto la puerta y gritado: -Nani, ya estoy aqui! Y se habia lanzado corriendo a la pequeña habitacion que les servia de dormitorio a ella y a su abuela.
Una voz débil y dolorida le contesto entre hipos de angustia:
- Bendito sea Dios que ya llegaste! Ya no puedo soportar este dolor. Creia no volver a verte. Se habia acercado a la cama y habia visto a su querida abuela, livida, con la frente perlada de sudor y luchando penosamente por respirar.
- Nani, querida nani! ¿Que ha pasado?
- Mi corazon- gimió entre espasmos de dolor la anciana-, esta cansado, ya quiere reposar.
Rut habia querido salir a buscar un doctor, pero la anciana le habia detenido con un gesto de suplica desesperada:
No mi pequeña. No me dejes. Ya todo es inútil. Pronto entrare a la mansión del eterno descanso que tanto he anhelado, tu pobre abuela ha pasado por la vida llevando un dolor cuya profundidad solo Dios ha comprendido, y un arrepentimiento, que el por su gracia, ha aceptado.
Luego poniendo en la joven la sufriente mirada de sus dulces ojos musitó:
- Trae el libro. Nuestro libro.
Rut abrió el baul antiguo y de el saco el libro de tapas negras y cantos dorados.
- Lee- habia dicho la abuela cada vez con mayor fatiga-, el versiculo 14 del capitulo 6 de la segunda epístola del Apóstol pablo a los Corintios.
Rut buscó el pasaje y leyó en voz alta entrecortada, por los sollozos, mientras sus lagrimas caian como rocio sobre las lineas blancas y negras de la pagina impresa: No os unaís en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿que compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿ y que comunión la luz con las tinieblas?
Rut levanto los ojos del libro y los dirigio a su abuela. La nevada cabeza de la anciana descansaba placidamente en la almohada. Su pecho estaba en completo reposo, sin aquel fatigoso subir y bajar. El corazon tras aletear frenetica y dolorosamente como pajaro herido, habia plegado las cansadas alas, quedandose quieto para siempre. El rostro de Noemi estaba envuelto en la calma y la paz de lo infinito.

Rut se habia arrodillado y tomado la rugosa y aun tibia mano de aquella que para ella era toda su familia; habia llorado con ese llanto imponente y doloroso de la orfandad: llanto de soledad, llando de abandono, y en ese abandono habia traspuesto los umbrales de uno de esos misterios no explicados, pero si sentidos, se llama dolor. Del dolor, hermano del amor, el otro misterio que tampoco se explicay que solo se vive. ¡Dolor y amor! Misterios tremendos que nos llevan a la vida pasando por las puertas de la muerte.

El sol, vencido por la lluvia y por la noche se habia retirado. La lluvia seguia trazando dibujos caprichosos de cristal licuado en el terso y frio vidrio de la ventana, y la noche habia ya extendido la negrura de su ropaje de luto en la habitacion en que Rut seguia llorando su orfandad. Entre el oscuro dolor que envolvia su mente y su corazon, como un ruido de alas blancas sonaban las palabras que la abuela le habia dicho que leyera: ¿Que comunion tiene la luz con las tinieblas? ¡Tinieblas! ¡Que densas y frias las que le rodeaban! El alma, el ser todo de Rut clamo ansiosa, angustiosamente por luz. Se levanto y oprimio el boton de la lampara de noche. La dorada luz del foco, velada apenas suavemente por la pantalla de seda rosa, se extendio como una bendicion, llevando su mensaje de tibio y amoroso calor a toda la habitacion.

En el antiguo baul abierto los rayos de sol hacian brillar la tapa de la cajita de cedro, y hacian chispear con luces de pedreria el nombre grabado en ella: Noemi.
Rut se levanto; tomo en sus palidas y tremulas manos la cajita, y sentandose cerca de la lampara, con la llavesita en forma de cruz, abrio con profunda emocion aquella cajita que guardaba la historia de una vida. Saco del perfumado hueco un libro encuadernado en piel roja que tenia impresa esta frase: El diario de Noemi. Sobre el nombre de la abuela cayeron las gotas del llanto de la nieta que con respeto reverente, como si entrara en las naves de un templo, abrio el diario en la primera pagina y leyo.

El Yugo De Los Infieles. Autora: Evelina V. De FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora