Capítulo 16

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Al día siguiente estaba yo dando de desayunar a la niña cuando llamaron a la puerta.
Salí de la cocina e iba a abrir, cuando Arturo, que no había ido a trabajar, se me adelantó.
Entraron mi suegra y Mercedes. Ninguna de ellas me saludó. Mi suegra dirigiéndose a su hijo le preguntó:
-¿Estás listo?
-Si – contestó él.
Entonces yo con solicitud pregunté a mi esposo:
-¿No desayunas?
-No tengo ganas –contestó.

Lo observé con atención. Estaba visiblemente turbado. Josefita también se fijó en ello y le dijo con dureza:
-Arturo, no es hora de cobardías. Lo que hay que hacer hay que hacerlo y pronto.

Luego dulcificando un tanto la voz siguió diciendo:
-Ya verás hijo, como todo es por tu bien.
Mercedes terció en la conversación con tono ridículamente acaramelado: -Si Arturo, no te... no se apene usted. Su mamá lo quiere mucho y todo lo hace, como ella dice, para su bien.

No teniendo nada que hacer ni decir entre ellos me dirigí a la cocina.
Arturo trató de seguirme, pero Josefita lo tomó rápidamente de un brazo al tiempo que le decía:
-Vamos hijo, que se nos hace tarde y todavía tenemos que ver al padre Ramón.

Antes de salir, Arturo volvió la cabeza. Su mirada se encontró con la mía. Había en sus ojos la expresión de un gran dolor.

¡Pobre Arturo! ¡Pobre esposo mío! En esos momentos lo amé mas que nunca y sentí por él una inmensa compasión. Sentí entonces la certeza de que si no hubiera sido por su madre él y yo hubiéramos sido felices y tal vez... tal vez él hubiera aceptado a Cristo como su Salvador. Pero el fanatismo de Josefita y la influencia que ejercía sobre su hijo hacía que esto fuera imposible.

La cita en el juzgado era para las diez. Me di prisa a asear la casa, puse a Raquel su mejor vestido, la peiné con esmero, y me arreglé yo. Puse en mi bolsa mi certificado de matrimonio y el acta de nacimiento de la niña. Luego me tomé una taza de café negro bien caliente.

Llamaron a la puerta, fui a abrir y entraron el pastor, Petrita y Ricardo. Me estrecharon las manos con cariño y besaron a la niña. Luego me dijo el pastor: -Tus buenos amigos fueron anoche a avisarme lo que te pasa. Los tres venimos para acompañarte al juzgado; pero Dios, tu Dios, será tu defensor. No temas, vamos a encomendarte a él.

Abrió la Biblia que traía consigo y leyó el Salmo 91, después puestos todos de rodillas, oró. Cuando terminó de orar había lágrimas en los ojos de Petrita y Ricardo. Salimos.
Cuando llegamos al juzgado daban las diez en el gran reloj de la sala a la que me habían citado.

Mostré el citatorio a un empleado y me dijo que pasáramos y esperáramos. Qgritó ue los que me habían demandado todavía no llegaban y el juez no tardaría.

Nos sentamos en silencio. La niña miraba todo con curiosidad. Viéndola el amor maternal inundó todo mi ser. ¡Que hermosa estaba mi niña! En silencio elevé una plegaria a Dios por ella.
De pronto rompió la quietud el ruido de pasos y varias personas entraron a la sala. ¡Al fin iba a saber quién o quienes me acusaban!
Volví el rostro y me quedé helada de dolor. ¡Eran mi esposo, mi suegra y Mercedes!

Mis ojos azorados se encontraron con los de Arturo que se puso intensamente pálido y bajó la cabeza.

Josefita y Mercedes me vieron con aire de desafío, pero no me importó. Ellas eran mis enemigas; ¡pero él, mi esposo; el hombre a quien yo había amado y amaba aun!
Al ver a Arturo Raquel gritó: -mira mamita, también vino mi papá.

Luego dijo con mas quedo y como con temor: - No me va a pegar?

El juez que entraba en ese momento, dirigió su vista a la niña, y al ver el temor en sus grandes ojos dijo: -No hermosa niña. Aquí nadie te hará daño.

Embargada de inmensa pena vi como mi suegra se levantaba y se lanzaba contra mi, después de haber jurado decir la verdad, la mas terrible y calumniosa acusación: Dijo que yo era una mujer de conducta inmoral, incapaz de dirigir a mi hija por el buen camino, y por lo tanto su hijo, que en mala hora se había casado conmigo, pedía que se me quitara la niña. Que ella se haría cargo de la criatura.

Presentó como testimonio una carta escrita por el padre Ramón.

Despues Mercedes testificó haber visto entrar a la casa cuando Arturo no estaba, varios hombres, entre ellos Ricardo, y que yo los salía a despedir en ropas ligeras.
Cuando Arturo fue interrogado por el juez, estaba deshecho. Cuando vio que su madre y Mercedes firmaban sus acusaciones con mano que no temblaba, él no pudo seguir adelante con el plan diabólico de su madre. ¡No pudo calumniarme!.
Dijo que yo era la mejor de las madres y una buena, fiel y honrada esposa; pero que yo era protestante y por eso, y solo por eso, su madre y él querían quitarme a la niña para que no la hiciera hereje como yo.

En ese momento el amor que yo le tenia a Arturo murió para siempre. El juez lo reprendió duramente y le dijo que ese no era motivo para quitar una hija a su madre. Que debía por el contrario agradecer el que yo le enseñara a mi hija a ser una buena esposa, honrada y fiel como el mismo confesaba que era yo. A mi suegra y a Mercedes les dirigió palabras durísimas que yo, en mi tremendo desengaño casi ni oí.

El juez me preguntó si quería yo presentar una acusación por calumnias y difamación contra las dos mujeres.
Yo le contesté que no les deseaba ningún mal, que las perdonaba. El juez no obstante, las castigó imponiéndoles una fuerte multa.

Así terminó el caso. El juez se retiró y Arturo, mi suegra y Mercedes salieron. Arturo se adelantó a ellas pues no quería encontrarse conmigo.
Al llegar al vestíbulo Josefita y Mercedes nos estaban esperando.
Mi suegra me dijo con rencor: -No te pude quitar a la niña pero te quitaré a mi hijo.
Mercedes agregó : - Se lo quitaremos Josefita. Ahora va por mi cuenta.








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Por fin, después de un largo tiempo!. 

Tengo una pregunta que hacerles, ¿les parece si al final de cada capitulo les recomiendo alguna canción? espero sus respuestas! :) :)

Dios les bendiga :)

El Yugo De Los Infieles. Autora: Evelina V. De FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora