Un accidente no del todo malo

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Aquel día parecía ser uno como cualquier otro, salvo que no lo sería en absoluto. No para ella.

Cuando menos se lo imaginaba, él recibió un mensaje de la mejor amiga de ella diciendo que era urgente que la llamara porque algo había ocurrido.

Él la llamó de inmediato y en seguida se dio cuenta de que su mejor amiga se encontraba muy alterada y hablaba como si quisiera llorar; pero no era para menos. Ella había sufrido un accidente cuando iba de camino hacia su casa. Se había enterado porque fue saliendo de su colegio así que todos se dieron cuenta y empezaron a comentar al respecto.

Había decidido llamarlo porque sabía que ella era importante para él y viceversa. A medida que le contaba lo ocurrido, él sentía un vacío en su pecho que solo podía llamar como miedo: miedo de perderla, de no tenerla más entre sus brazos, de no volver a verla sonreír o simplemente verla, de no escuchar su voz otra vez, de no volver a sentir sus labios sobre los suyos...

 Así que dejó todo lo que hacía sin importarle nada y salió rápido en camino hacia donde la tenían, a pesar de que no le gustaban los hospitales; necesitaba verla y saber el estado en el que se encontraba y su diagnóstico. Llegó y preguntó por ella a la joven que se encontraba detrás del escritorio de lo que era la recepción del hospital. Ella le dijo que debía ir a la sala de espera a esperar mientras terminaban de examinarla y determinar qué tan grave era su estado.

No le quedó más remedio que sentarse a esperar. Se percató de que unas sillas más allá de donde estaba, se encontraba la madre y el hermano de ella con cara de angustia y preocupación. Se preguntó cómo sería su propia expresión facial al estar allí sentado sin poder hacer nada para intentar ayudarla, sin saber si quiera cómo se encontraba y pensó en lo impotente que se sentía el estar así.

Pasó una media hora antes de que saliera un doctor, con bata blanca, cabello castaño y arrugas en su frente que te hacían pensar que lleva muchos años en servicio, preguntando por sus familiares. En seguida, sin pensarlo, se puso de pie y se acercó a él, al igual que lo hizo su madre ansiosa por escuchar lo que el médico tenía que decir; tanto que ni siquiera se inmutó en verlo como siempre lo hacía: su hija era primero. El doctor les informó que no sufría lesiones mayores así que pronto volvería a casa, pero que de todos modos debía permanecer en el hospital al menos hasta la tarde del día siguiente para observar su progreso y así poder estar seguros de que todo estaba en orden.

Se dio cuenta de que no tenía palabras para describir el alivio que sintió al escuchar aquellas palabras, ella estaba bien, un poco lesionada, pero estaba bien y pronto saldría del hospital. Estos pensamientos los siguieron unos deseos inmensos por verla y le preguntó al doctor si podría pasar. Este respondió afirmativamente pero le dijo que mejor sería que su madre pasara primero.

Así fue y estaba esperando a que su madre saliera, pero la espera lo mataba. Había estado jugando en su celular, viendo vídeos, chateando con la mejor amiga de ella, chateando con sus propios amigos, le contó a su mejor amiga lo que había sucedido y ella le dijo que tuviera paciencia pues debía entender que se trataba de su madre y que debería esperar un poco más, incluso había intentado comer algo en la cafetería del hospital pero le había sido imposible... necesitaba verla. 

Decidió que no podía seguir así y se fue a su habitación, sin importar que su madre estuviera ahí, y al entrar y verla postrada en esa cama inmóvil y dormida, sintió una punzada en su corazón. Se acercó a la camilla y se dio cuenta de lo hermosa, serena e inocente que se veía al dormir. Recordó aquella vez que sin querer se había quedado dormida en sus brazos, pero ahora era distinto. Ahora ella estaba durmiendo porque los medicamentos que le ponían la hacían dormir.

Le ofreció a su madre salir a tomar un poco de aire, a llamar a sus familiares, a comer algo tal vez, mientras él se quedaba cuidándola en su lugar. Después de muchos argumentos en favor de que lo hiciera, logró convencerla de salir. 

Se quedó solo con ella y comenzó a hablarle, a narrarle algunas de las aventuras o anécdotas que había creado junto a ella a lo largo del tiempo que han estado juntos. Y fue justo en ese momento, contándole todas esas historias a pesar de saber que posiblemente ella no lo escuchaba y no le respondería ni se reiría con él y viéndola en esa camilla tan indefensa, que se dio cuenta de lo realmente importante que era ella para él, de que la quería más de lo había imaginado y de lo que había querido creer, se dio cuenta de que sin ella estaba incompleto y no le gustaba sentir esa sensación de que algo le hacía falta: una pieza primordial de su historia, de lo que fue y de lo que ahora es, de su pasado, presente y futuro... de su vida

Así que, aunque iba en contra de lo que solía hacer en casos como ese, notó cómo unas cuantas lágrimas caían por sus mejillas sin remedio. Sin poder detenerlas, aunque en el fondo no quería que lo hicieran. Quería que ella de alguna manera notara su presencia ahí a su lado y que estaba llorando por ella para que se despertara y pudiera consolarlo mejor que nadie habría podido hacerlo. Pero ella no despertaba y él seguía igual. Hasta que dejó de llorar pues no sería bueno que se despertara y lo viera en ese estado, se preocuparía, ni tampoco quería que nadie lo viera así.

Y en ese momento se prometió a sí mismo que haría todo lo que pudiera y estuviera a su alcance para hacerla feliz y mantenerla a su lado. No quería dejarla escapar. Quería tenerla consigo siempre. Quería seguir creando recuerdos junto a ella. Quería seguir haciéndola reír. Quería poder seguir apreciando su belleza, su inocencia, su bondad, todo lo que ella era. Quería lograr sacarle una sonrisa siempre que no se encontrara bien... Quería darle todo lo que ella se merecía y demostrarle lo mucho que la quería, lo mucho que le importaba y todo eso que su corazón enamorado sentía por ella sin retener nada.

Agonías de una mente locaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora