Shatten

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Algún Lugar de Argentina, 30 de enero del 2010

22:00 horas.

La intensidad de la lluvia impedía la visión a cierta distancia, mientras que lo repentino con lo que la misma había llegado, había sorprendido a los transeúntes que paseaban por las calles obligándoles a correr para encontrar un refugio. La lluvia había comenzado desde las seis menos cinco y desde entonces no había aminorado su intensidad provocando inundaciones en ciertos puntos de la ciudad, las calles se encontraban completamente desiertas, salvo por algunos autos esporádicos que transitaban camino a casa desesperados por salir de ese terrible clima.

El señor Ernest Moyano; sin embargo, era un hombre ocupado, un poco de lluvia no podía detenerle y por supuesto una tormenta como aquella no iba a evitar que hiciera su trabajo y continuara su vida como cualquier otro día, el señor Moyano se levantaba todos los días a las 5 de la mañana, se daba un ducha con agua caliente y luego de tomarse un café negro con muy poca azúcar y un par de tostadas, se dirigía a sus oficinas en el centro de la ciudad para trabajar como oficinista iniciando todos los días a las siete en punto, sin excepción, y es que Ernest, además de ser un hombre bastante ocupado, también era increíblemente metódico y si, por qué no decirlo, rutinario.

El señor Moyano no tenía familia, solo un par de perros y algunos peces, la verdad es que no tenía tiempo para aquello, como ya he dicho, el señor Moyano era un hombre muy ocupado. Lo cierto es que Ernest, tenía gustos muy específicos, gustos que pocas mujeres estaban dispuestas a complacer y eso, unido a su personalidad arrogante, hacía difícil que pudiese conservar una pareja por mucho tiempo.

Estos gustos específicos, lo habían llevado a varios países y en el camino había conocido a mucha gente, por lo que el señor Moyano, terminó por conseguir un nuevo empleo, uno que era mucho más rentable que su aburrido puesto como oficinista y desde luego, mucho más entretenido.

Todos los días salía de su oficina a las diez menos cuarto, se despedía de su regordeta secretaria, una mujer mayor de voz dulce y cerraba con llave mientras se dirigía a su auto; Ernest amaba su empleo- sus dos empleos- pero le resultaba tedioso pasar todo el día encerrado en un oficina, por lo tanto aparcaba su coche varias cuadras por encima del edificio en que trabajaba, al lado de un pintoresco parque con varios árboles, esto lo hacía con la intención de despejarse un poco al caminar por las calles y embriagarse con el olor de los árboles y el pasto recién regado al tener que atravesar el parque en la oscuridad.

Su auto siempre ocupaba el mismo cajón de estacionamiento, debido a su obsesión metódica y se subía en él, generalmente a las diez en punto, pocas veces un minuto más, algún minuto menos, aquella noche no era diferente, llevaba los zapatos con un poco de lodo al cruzar por el césped mojado y silbaba contento mientras cargaba su pesado maletín por el desierto parque debajo de una enorme sombrilla que le cubría de la lluvia. Ernest no temía caminar de noche por las frías y solitarias calles de la ciudad, porque, y esta es otra cosa que no todos sabían sobre Ernest, debajo de su fino traje Chanel cargaba un arma de bolsillo.

Era una Beretta 950bs, calibre 25 creía recordar, su más fiel aliada y la única razón por la que caminaba por las calles sin temor alguno, según el señor Moyano era un arma muy confiable, nunca se atoraba y tenía capacidad para nueve tiros- por si uno no era suficiente- una verdadera joya "que puedo decir, es una Beretta" decía Ernest cuando alguien le preguntaba.

Su segundo empleo lo había orillado a tomar aquella decisión, pues aunque era rentable y le gustaba, tenía sus riesgos, pero con aquello, podía estar seguro de que nadie sería capaz de darle un susto ni dañarle, pero he aquí un curioso secreto: esa misma noche, Ernest iba a morir.

El Escuadrón (Vegexby)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora