La casa invisible:

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Mientras el Señor Oscuro conversaba con sus mortífagos, en el cementerio abandonado de la colina, en un lugar opuesto de la ciudad y no mucho menos tétrico, Sirius Black levantó en sus brazos a la chica muggle desmayada y salió casi corriendo de la plaza, en donde se había aparecido. Cruzó la desierta calle, mirando hacia todos lados por si alguien estaba observando, y subió rápidamente las escaleras de una casa invisible para el resto de las demás personas, excepto para los miembros de la Orden del Fénix, de la cual era miembro activo. Tocó la puerta y esperó que le abrieran, luego entró por un oscuro y pequeño pasillo.

— ¿Qué ocurrió, Sirius? —dijo un hombre alto y de cabello castaño claro, que tenía una venda en una de sus manos. Parecía herido.

Al entrar Sirius con la mujer en sus brazos cerró la puerta tras ellos.

— Es la chica, Remus, nos atacaron y tuve que desaparecerme con ella. Se desmayó —dijo Sirius agitado por el esfuerzo, mientras caminaba hacia una sala tan oscura como el pasillo que conducía a la entrada.

— ¡¿Te desapareciste con ella?! ¡Los muggles no pueden desaparecerse! — exclamó preocupado Remus Lupin. No había formado parte del grupo que se dirigió a combatir con los mortífagos, porque había regresado herido de una misión secreta, que llevaba a cabo hacía un tiempo atrás. Quería ir pero había recibido la tajante orden de quedarse allí.

— Ya lo sé, pero no tuve otra opción —dijo Sirius mientras colocaba a la chica en un sillón de cuero negro algo roto—. ¿Y Molly?

En ese mismo momento apareció por una puerta una mujer regordeta y de aspecto maternal. Se sorprendió al ver la escena ante sus ojos.

— ¡Por Merlín, Sirius! ¿Qué ocurrió? —exclamó Molly al ver a la chica muggle en voz bastante alta. Algo que estaba detrás de unas largas cortinas gruñó molesto.

El hombre, olvidándose también de bajar la voz, explicó brevemente las circunstancias en que había transcurrido todo, pero tuvo que callar ya que las cortinas se abrieron y el retrato parlante de su anciana madre, que estaba detrás de ellas, despertó y se puso a chillar armando un barullo insoportable.

— ¡Inmundicia...! ¡Fuera de mi casa! —decía a toda voz.

— ¡Cállate! ¡Cállate! —le gritó Sirius desesperado y furioso. No había tenido éxito en descolgarlo y eso lo ponía de mal humor.

— Súbela a la habitación de los tapices —le dijo la señora a Sirius, mientras se paraba y comenzaba a subir por las escaleras al piso superior.

Sirius ignoró al retrato de su madre y volvió a alzar a la chica en sus brazos. Luego subió detrás de la señora mientras que Lupin trataba de que el retrato se callara mientras luchaba para cerrar las cortinas. Estaban muy preocupados, nunca habían intentado desaparecerse con una persona no mágica y, aunque era evidente que había salido bien ya que las cosas podrían haber salido peor (podría haber aparecido sin un brazo o una pierna, por ejemplo), no estaban seguros cuánto podría haber afectado a la chica. Sirius personalmente estaba aterrado ya que había sido su decisión. La acostaron en una de las habitaciones de la enorme casa que tenía unos tapices extraños e intentaron reanimarla con magia durante un buen rato pero no tuvieron éxito.

— No hay nada que hacer... tendremos que esperar a los demás —dijo Lupin, que estaba extenuado.

— Por Merlín, Sirius, ¡¿cómo pudiste hacerlo?! —lo retó la señora Weasley. Sirius palideció.

— No tuvo opción, Molly —lo defendió Lupin, mirando de reojo a su amigo. La mujer prefirió no discutir más.

Sirius no dijo nada, estaba apoyado contra el marco de la puerta con una expresión de preocupación y pesar en su rostro. Se reprochaba haber tomado aquella precipitada decisión aún más de lo que lo hacía la señora Weasley. Si algo le pasaba a la chica sería su culpa. Los tres dejaron a la chica acostada en la cama y bajaron a esperar a que los demás regresaran, de un momento a otro, con la esperanza de que nadie volviera herido. Mientras discutían cómo podrían despertarla.

El alma perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora