La Orden del Fénix:

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Aquella tarde Ania se pasó todo el tiempo en el piso superior hablando con Tonks, ya que se habían hecho muy amigas. La chica estaba ansiosa de contarle todo sobre sus costumbres y Ania era una oyente muy agradecida. Pero había algo en Ania que comenzaba a pesarle un poquito en su corazón, anhelaba ser una bruja como ella, algo que jamás podría ser. Comenzó a sentirse diferente a cuantos la rodeaban y eso, sumado a la reciente pérdida de su familia, había causado que su ánimo decayera bastante. Tonks se dio cuenta e intentó que se sintiera mejor y de esta forma las dos chicas se hicieron grandes amigas, su amistad les duraría toda la vida.

Al hacerse la noche comenzaron a sentir el timbre de la casa a menudo y oían gente que entraba y conversaciones, que eran pronto tapadas por los gritos del retrato parlante de la anciana madre de Sirius. Habían recibido la orden de no bajar hasta que las llamaran, iba a ver una reunión muy importante sobre las actividades de la Orden del Fénix y era sólo para sus miembros. Luego de un tiempo sintieron golpes en la puerta y ésta se abrió.

— Tonks, estamos por comenzar —dijo Lupin, que había ido a buscarla.

— ¡Oh!... ahora voy —dijo Tonks levantándose del piso, donde había estado sentada conversando.

— Ania, luego volveré por ti para que bajes. Dumbledore quiere verte pero será cuando termine la reunión —le dijo Lupin.

— Bueno —balbuceó Ania algo desanimada y con un suspiro.

— No te preocupes, no tardará mucho —afirmó Tonks, para darle ánimos.

Luego los dos se fueron y Ania se quedó sola en el dormitorio. Estaba nerviosa, ansiosa y quería respuestas a muchas preguntas que rondaban en su cabeza. Se puso a caminar de un lado a otro de la habitación hasta que se cansó y volvió a sentarse. La reunión se estaba alargando demasiado. Agarró un libro que Tonks le había prestado y se puso a leer pero su concentración no era muy buena, cada vez que escuchaba un ruido o pasos se sobresaltaba, pensando que venían por ella. Así estuvo al menos un par de horas y cuando ya estaba a punto de perder la paciencia y explotar de la tensión acumulada, oyó la conversación de varias personas y la puerta de calle que se abría y se cerraba. Luego el ruido de pasos acercándose se hizo más fuerte y de pronto la puerta se abrió.

— Ya terminó la reunión. Dumbledore te está esperando abajo —le dijo Lupin.

Ania se levantó y siguió al hombre hasta la cocina, de donde se oían murmullos de voces. Evidentemente no todos los miembros de la Orden se habían retirado. Cuando entraron a la cocina, Ania vio como en la larga mesa estaban sentadas un montón de personas silenciosas que la miraban con asombro y curiosidad. La chica se sintió de pronto como un bicho raro y su timidez aumentó.

En la cabecera de la mesa estaba sentado un hombre anciano, de larga barba gris y vestido con una túnica morada, sus ojos eran bondadosos y sabios. Al ver a Ania entrar se levantó de la mesa y le dio la bienvenida.

— Me alegro de conocerte al fin, Ania —dijo el noble anciano con una sonrisa.

Las otras personas presentes le hicieron un gesto con la cabeza de saludo y Ania, que al principio los miró algo asustada, les sonrió a todos y los saludó.

— Siéntate, por favor, nosotros somos algunos miembros de la Orden del Fénix —manifestó Dumbledore, señalándole un silla desocupada que había en un extremo de la mesa.

Ania se acercó y se sentó a la mesa, le hubiera gustado decir algo pero estaba abrumada y nada se le venía a la mente así que prefirió callar.

— Tengo entendido que Molly te ha explicado algunas cosas sobre nosotros —continuó el anciano, mientras señalaba a la señora Weasley que la miró y sonrió.

El alma perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora