En casa de Snape:

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Ir en un transporte público para muggles junto a Dumbledore no fue buena idea. El noble anciano llamaba más la atención allí sentado tanto como si un elefante se hubiera aparecido por allí de repente. Ania pensó que viajaban de incógnito, así Voldemort no los descubría pero eso parecía no importarle a Dumbledore. Luego más adelante comprendió que cerca de él, el Señor Tenebroso jamás se atrevería a acercarse. Los muggles que los rodeaban comentaban entre ellos mirando al anciano, algunos hasta se reían... ¡y cómo juzgarlos! Un hombre ya pasado en edad vistiendo una túnica de brillante color morado, zapatos con hebilla en punta y luciendo una larga barba que se confundía con su cabellera blanca, era para llamar la atención de cualquiera.

_ Debí cambiarme antes, ya sabes, con algo más apropiado. Pero pensé que era más urgente trasladarte a ti_ fue el único comentario del hombre al sentirse observado. No se veía preocupado, en realidad parecía divertido.

Ania iba nerviosa, no podía creer que estuviera viajando hacia la casa de Snape, menos que tuviera que vivir con él (sólo Dios sabe hasta cuándo), y mucho menos que el hombre no se hubiera opuesto a tan disparatada idea. Sin embargo en esto se equivocaba... no es que Snape no se hubiera opuesto a vivir con ella, se había opuesto pero se vio acorralado y tuvo que ceder. No sin antes protestar desesperado.

Si la chica estaba nerviosa por tener que vivir con él, Snape lo estaba mucho más. En ese momento estaba en su casa, paseándose por la pequeña sala de un lado para otro, maldiciendo la locura de Dumbledore de traer a la chica allí a su cuidado. Era demasiado... demasiada responsabilidad. ¿Qué haría si uno de sus amigos se aparecía repentinamente y sin avisar?... ¡Entonces la agarras de los pelos y la encierras en la alacena!... pensó de repente y comenzó a reír por lo bajo... pero el asunto no estaba para esos chistes...

Otra cosa que le preocupaba eran sus vecinos. No era que tuviera trato con alguno de ellos, pero le temía a la chismería que se produciría si por casualidad alguien se enteraba de que él estaba viviendo con una mujer. ¡Y muggle encima!... pensó algo decaído. Bueno eso en realidad a ellos no les importaría ya que eran muggles, no había un mago en varios km a la redonda o al menos eso era lo que él creía pero nunca se sabía hasta dónde podrían viajar los comentarios maliciosos. Especialmente le temía a la vecina de la esquina... de niños habían sido casi enemigos y de adultos se detestaban. Cada vez que pasaba por su lado, la mujer le largaba alguna grosería. Y él, como un buen caballero, no le respondía... bueno... de vez en cuando...

El otro problema, y el más grave de todos, era lo que pasaría si el Señor Tenebroso se enteraba de que él le estaba dando alojamiento a la mujer y no había dicho nada. Pensar que iba matarlo era poco... porque primero iba a torturarlo hasta que la última gota de sangre abandonara su cuerpo con un dolor insoportable que le causaría seguro un colapso nervioso. Snape no quería ni imaginarse lo que ocurriría... ese tiempo en que ella viviría allí iba a tener que andarse con un cuidado extremo.

Mmmmmm podría encerrarla en la habitación que estaba desocupada con barrotes en la puerta y la ventana, dejándole en la puerta sólo una pequeña rendija para pasarle la comida. Eso sería una buena idea... y no molestaría tanto... ni tendría que verla... ¿se habría comprado ya ropa decente? ¡Y si no era así! ¿Qué haría él?... pensaba Snape con una media sonrisa y luego, en las últimas reflexiones, se ruborizó intensamente y su rostro adquirió una expresión de temor. A pesar de su prepotencia, su sarcasmo y su egocentrismo le tenía vergüenza a las mujeres y vivir con una de ellas era algo tan nuevo e inesperado que no tenía idea de cómo actuar.

En esas complicadas reflexiones estaba Snape cuando sintió golpes en la puerta de su casa. Eran Dumbledore y Ania que habían llegado allí luego de una larga caminata a través de varios barrios muggles. El anciano había insistido en que se bajaran del transporte público un par de paradas antes. Sin mencionar que se habían perdido en el laberinto de casas iguales, aunque Dumbledore no lo quiso admitir. Los dos estaban sin aliento y muy cansados, cuando Snape les abrió la puerta.

El alma perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora