La ira de Voldemort:

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Caminaba descalzo por un camino de tierra un solitario hombre, a su derecha había una alta muralla de setos perfectamente recortados, tan perfectos que parecía que habían usado una regla de cálculo, y a su izquierda se extendían unos viejos árboles y arbustos de todo tipo. La tarde caía a su fin y la noche comenzaba a surgir en el horizonte. El esfuerzo de trasladarse hasta ese lugar lo había dejado exhausto y adolorido. No estaba en condiciones de permitirse ese lujo, su cuerpo no soportaba demasiado, pero las circunstancias extremas en las cuales se encontraba lo habían obligado a tomar esa drástica decisión. Su humor había ido decayendo desde que recibió el informe de uno de sus mortífagos el día anterior y en ese momento se había transformado en ira.

Llegó hasta una alta verja de hierro, que separaba el camino público de una propiedad privada. La inmensa casa de campo se veía a través de las verjas, las luces estaban encendidas en el piso principal y en el patio de entrada reinaba una leve oscuridad. Un poco hacia la derecha de la casa y casi en la entrada había una fuente con agua. El hombre de la túnica se paró frente a la verja y se quedó mirando hacia dentro mientras recordaba el día anterior.

Ese día se había levantado inquieto... preocupado, como intuyendo que algo estaba por pasar. Era otra de sus corazonadas. No podía sacarse el tema de la cabeza y pronto desembocaría en una nueva obsesión. El problema era que hacía varios días que en la casa de la ciudad donde estaba instalado el cuartel general de la Orden del Fénix no había movimiento alguno, algo muy extraño. No se había acercado la gente de costumbre y todo se envolvía en una tranquilidad un poco antinatural. Sus hombres le habían pasado el dato con perplejidad y justo el día anterior él mismo se había trasladado hacia allí para comprobarlo con sus propios ojos. Parecía una cuadra fantasma. Volvió más intrigado que furioso y mucho más cansado pensando en que se había excedido con el ejercicio.

Anochecía cuando tuvo una visita inusual e inesperada. El mortífago que se había infiltrado en la Orden del Fénix le trajo una noticia inquietante. Normalmente aparecía con noticias pero hacía tiempo que no lo veía y el hecho de que apareciera justo cuando lo necesitaba le causó una buena impresión. Sin embargo su ausencia le había estado preocupando, no confiaba mucho en nadie y ese hombre siempre le causaba un poco de desconfianza. Trataba con sus enemigos por lo que siempre lo tenía vigilado.

_Han trasladado a la chica, mi señor_ le dijo el hombre cuando estuvo junto a él.

Estaban en la habitación semi oscura de siempre. El hombre estaba de pié frente a Voldemort, mientras que este estaba sentado en un sillón con su serpiente a sus pies. El resplandor del fuego de la chimenea era la única luz del lugar.

_ ¿Cómo es posible?... Tengo vigilancia permanente y nadie la ha visto salir_ se escandalizó Voldemort su rostro se deformó por la furia.

El hombre no se atrevió a contestar y de todos modos Voldemort no esperaba respuesta. Se levantó del sillón y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación. La chica se había vuelto a escabullir bajo sus narices y eso lo llenaba de ira. ¡No podía creerlo! ¿Cómo sus mortífagos habían podido ser tan inútiles? ¡La pagarán!... pensaba el hombre.

_ ¿A dónde la han trasladado?_ dijo Voldemort casi en un susurro, tratando de controlarse y rompiendo al fin el silencio.

_ A una casa de seguridad. En la última reunión se propusieron varios lugares pero no se llegó a un acuerdo así que no estoy seguro en cuál de esas casa está. No he podido averiguarlo aún ya que el cuartel general también se trasladó._ dijo el hombre seriamente. Voldemort se detuvo y lo miró a los ojos.

_ ¿Dónde está ahora el cuartel?_ dijo sorprendido Voldemort.

_ En la casa de la familia Weasley._ dijo el mortífago.

El alma perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora