32. Palabras

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Me encantaría escribir y no hablar de ti, decir que se acabó el acordarme de ti al acabar mis días, que me despierto con mil cosas en la cabeza menos contigo, que no quiero volver a tocar tu piel, que tus caricias ya no están, que tus besos se han borrado, que el camino que marcaban tus dedos sobre mi espalda ya no sigue ahí tatuado.
Pero no, todo sigue aquí, mis manos siguen sin encajar con otras, ni si quiera un poco, porque, nuestras manos eran como dos puzzles hechos pedazos que encajaban a la perfección con todos sus trozos imperfectos y rotos, hechos pedazos.
Mis ruinas no han dejado de ser ruinas.
Tú para mí siempre serás Roma.
Yo para ti siempre seré Venecia.
Y París ahí se nos quedó, muy lejos de lo cerca que lo veíamos.
Mis pasos ya no se tropiezan con otros pies que no sean los tuyos, ya no se ríen mis pies de la torpeza de los tuyos.
Mi corazón ya no se acelera y quiere salir a correr a millones de kilómetros luz de aquí agarrada de tu brazo, conmigo, sin necesidad de encontrar ningún destino aparente salvo tu puta boca, estrellarse en ella de la forma mas violenta que exista, creando un nuevo Big Bang, creando, tal vez, una nueva estrella.
Creando un nuevo planeta, donde podemos renacer de las ruinas en las que quedaron nuestras bombas.
Porque lo nuestro fue mucho mas que una simple guerra, fue una batalla a cuerpo desnudo en el que las armas eran las palabras, a cada cual mas dura y puntiaguda, a cada cual mas hiriente, a cada cual más irremediable e inolvidable.
Yo quería calma.
Tú querías calma.
Y ninguno de los la encontraba en los brazos del otro.
Cuando antes nuestros brazos eran la cuna de la luna, el sonido de los muelles de la cama la nana mas dulce, el viento la brisa que movía tu melena, y tus manos, tus manos la perdición en la que me perdería mil veces si me dejarás.
Y me dejaste.
Sin palabras.

Cartas al amor de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora