uno.

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Alan se encontraba entusiasmado y alegre. Su mamá lo llevaría a la casa de su mejor amigo, Austin Carlile, quien tenía catorce años y él apenas tenía once y medio. Aún así, eran muy buenos amigos desde pequeños ya que la mamá de Alan era amiga de la de Austin, y así fue como se conocieron. Hasta el día de hoy continuaban siendo inseparables.

La mujer estacionó el auto frente a una gran casa y extremadamente bonita. El menor corrió a gran velocidad hasta el hogar de los Carlile y tocó timbre un par se veces, ansioso. Un niño alto, castaño y con una linda sonrisa en su rostro abrió la puerta. Era Austin, su mejor amigo.

- ¡Enano! -exclamó el mayor, abrazando a su pequeño amigo pelirrojo. El menor le correspondió y rió.

- ¿Por qué actuan como si nunca se vieran? -habló Elizabeth, la madre de Alan.

- Así son siempre, mujer -rió la señora Catherine para luego invitarla a pasar a la sala. Los dos chicos subieron las escaleras, yendo hacia la habitación de Austin.

- ¡Me compraron otro CD de Pink Floyd! -le contó Alan a su amigo, realmente feliz.

- ¿De verdad? Que genial -sonrió el mayor y luego se sentó en su cama, siendo acompañado por el menor-. ¿Quieres jugar a algo?

- Claro, ¿a qué?

- ¡Guitar Hero!

Alan y Austin jugaron un buen rato pero tan pronto como comenzaron, al par de niños les dio hambre. Como eran cerca de las cinco de la tarde, decidieron bajar a merendar. La señora Carlile se había encargado de preparar galletas y Austin le sirvió un vaso de leche a Alan y otro vaso de leche para él. Luego se dirigieron a la mesa y comieron juntos, hablando de diversas cosas.

- ¿Y qué tal te va en el colegio? -preguntó Austin al menor.

- Normal, supongo -respondió el menor, encogiéndose de hombros y bajando la mirada a su galleta.

- ¿Supones? Oye, no me digas que esos niños continúan molestándote -habló el castaño, frunciendo el ceño y viendo serio al pelirrojo, quien no subía su mirada en ningún momento. Al recibir silencio de su parte, gruñó-. Alan, si no dices nada yo mismo lo haré -amenazó el mayor, cansado de que siempre molestaran a su mejor amigo.

- Pero no es nada, solo me dicen cosas y ya. No es como si... me golpearan -mordió su galleta a medio comer y bebió un poco de su vaso. El mayor lo miraba incrédulo.

- ¿Te golpean, Alan? -preguntó en voz baja, queriendo pensar en que no era cierto. Pero al no recibir ni una palabra de su amiguito, se puso de pie y caminó hasta llegar al otro lado de la mesa, donde estaba sentado el pelirrojo-. Respóndeme -pidió, llevando la mano hacia la barbilla del pequeño y levantándole la cabeza suavemente.

- A veces -murmuró el menor apenas. Austin se quedó quieto, mudo y serio. Odiaba que su mejor amigo pasara por bromas pesadas de niños estúpidos sin cerebro y que lo golpearan resultaba peor.

- Iremos a decirle a tu mamá -habló el castaño luego de un rato. Se puso de pie, dispuesto a ir él mismo pero la mano de Alan en su brazo hizo que se detuviera.

- No, Aus. Por favor, no... no quiero -rogó el pelirrojo, tirando del brazo de Austin-. No volverá a pasar, lo prometo -dijo en un hilo de voz con los ojos cristalizados, a punto de brotar algunas lágrimas. El mayor se quedó quieto en el mismo lugar y suspiró pesadamente, dándose la vuelta y enfrentando a su mejor amigo. Al verlo con los ojos aguados, enseguida rodeó sus brazos alrededor del cuerpo de Alan, abrazándolo fuertemente.

- Confío en ti -habló en un tono bajo, acariciando la espalda del pequeño-, pero si vuelven a golpearte, me avisas y yo les doy su merecido.

El pelirrojo rió y luego ambos volvieron a la habitación de Austin, comiendo unas galletas en el camino. El mayor propuso ver una película y Alan festejó por ello, asintiendo repetidas veces.

- ¡Veremos Harry Potter! -decidió Austin, sabiendo que el colorado se pondría sumamente feliz pues era su saga favorita y también se había convertido en la del mayor. Alan dio un grito de felicidad y luego se acomodó en la cama junto a su amigo para verla.

Pasado unas horas, la Elizabeth llamó a su pequeño hijo para volver a la casa ya que se estaba haciendo de noche y el niño tenía que dormir temprano. Alan al escucharla hizo una mueca triste, viendo a su amigo.

- Supongo que ya debo irme -habló el pelirrojo, haciendo un ligero puchero.

- ¿Y si te quedas? -preguntó Austin con una pizca de esperanza pero al ver el rostro del menor, su sonrisa se borró.

- No creo que mamá me deje pero mañana intentaré convencerla -sonrió Alan y se puso de pie, yendo hacia las escaleras y bajando una por una con lentitud. No quería irse. No quería ir al colegio mañana. Tenía miedo ya que su mejor amigo no estaría allí.

Austin lo siguió a paso lento, igual de triste que el pelirrojo. Ambos tenían miedo por mañana. Una vez que llegaron a la salida, en donde las madres hablaban antes de despedirse, el menor se volteó a ver a su amigo y suspiró.

- Hasta mañana, Aus.

- Hasta mañana, pequeño -respondió el mayor y lo abrazó una vez más.

Alan al llegar a su casa corrió hacia su habitación, se encerró y se dejó caer en la cama. Su mirada se mantenía en el techo hasta que se volvió borrosa a causa de las lágrimas acumuladas en sus ojos hasta que finalmente comenzaron a caer de sus mejillas pecosas. Odiaba ser pequeño y no poder defenderse de los mayores. Quería faltar y no ir nunca más. Pero para su mala suerte, eso no era posible.

Y con esos pensamientos, Alan cayó en los brazos de Morfeo mientras que su mejor amigo continuaba en la cama, pensando en el pequeño pelirrojo. Austin estaba en la misma situación: tenía miedo por mañana.

our beautiful tragedy [cashby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora