veintiuno.

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se lo dedico a -Ghostgirl y babypat- porque son lo más y las dos querían que actualizara.

Ya sal de la habitación, bebé —pidió la mujer pelirroja por milésima vez en la semana—. Te enfermarás si sigues alimentándote mal...

— No quiero, mamá —se oyó la voz gangosa de Alan a través de la puerta. El corazón de la madre se encogió.

— Mi amor, ¿puedo pasar? —preguntó con suavidad y esperó unos segundos hasta que un sonido de aprobación hizo que ella diera la iniciativa.

Abrió la puerta con lentitud y tardó un poco en acostumbrarse a la oscuridad del lugar hasta que pudo observar al pequeño bulto envuelto entre mantas, lo cual hizo que soltara un suspiro.

Se acercó hacia la cama y se sentó en la punta, estirando su mano para acariciar a la persona debajo de las mantas. Le daba ternura su actitud infantil, pero a la vez le dolía ver a su hijo así de mal y triste.

— ¿Me dirás qué ocurrió? —cuestionó con delicadeza y se mantuvo callada, viendo como una cabeza se asomaba y la veía.

Los ojos de Alan estaban hinchados y rojos de tanto llorar que ni hasta él se lo creía. Su vista le ardía, su cabello le jodía y solo quería permanecer allí, en su patético lecho de muerte.

— Austin me engañó —soltó sin más.

La mujer lo había sospechado pero aún así no pudo evitar sorprenderse. ¿Acaso aquél lindo adolescente que tan enamorado tenía a su hijo... lo había engañado? ¿Qué tipo de lógica era esa?

— Pero... —empezó, pero no pudo seguir.

— Lo sé, yo tampoco entiendo —susurró apenado y volvió a cubrirse completamente—. Yo creí que nada volvería a separarnos esta vez pero, al parecer, el mundo me odia.

El resto fue silencio. Elizabeth intentaba comprender la situación como toda mujer adulta que era mientras que Alan solo repetía la escena de la última vez que vio a Austin.

— Hijo, nunca creí que te diría ésto pero... eres un idiota —el pelirrojo buscó la mirada de su mamá con incredulidad—. ¡Eres Alan Ashby! ¿Qué ocurrió con mi niño malo pero fuerte, que no se dejaba pisotear por nadie?

— Murió, mamá —rió amargamente y soltó un suspiro—. Pero tienes razón. Él es solo mi primer amor, ¿no? Eso no significa que tiene que ser por siempre.

— Exacto —sonrió la mujer y descubrió a su hijo para acercarse y dejarle un beso en la frente a su pequeño—. Ahora levántate, dúchate y ve a dar una vuelta por la ciudad. Te hará bien.

Alan obedeció a su madre. Luego de unos minutos, ya estaba impecable y listo para salir pero algo le hacía falta. Algo en él no estaba bien y sabía la razón porque en su reflejo se notaban sus ojos opacados además de las grandes ojeras debajo de éstos. Y, para rematarla, estaba más pálido que de costumbre.

«No», se dijo a sí mismo y negó con la cabeza. Debía despejarse y olvidar aquello.

Las clases habían finalizado y él estaba en vacaciones de verano. Afortunadamente había aprobado cada uno de los exámenes finales y había pasado de año, por lo que no debía preocuparse por nada más.

Para ser primavera, el tiempo estaba algo fresco y le daba escalofríos al pelirrojo, por lo que se encogió con su sudadera y continuó el camino hacia el centro comercial. Específicamente, hacia la tienda de música.

Cuando entró allí, notó que pocas personas estaban en él y que habían más instrumentos y CD's que la última que visitó aquél local, por lo que se dedicó a observar cada cosa hasta que su vista chocó con la de alguien a quien no quería ver.

— ¡Hey, tú! Eres el amigo de Austin, ¿no? —exclamó el tipo y Alan tuvo que esforzarse en no insultarlo o golpearlo—. El chico que lo visitó la otra vez que yo estaba en su casa. Me recuerdas, ¿verdad?

«Lamentablemente sí, hijo de puta», murmuró con amargura en su mente pero sonrió forzadamente antes de responder:

— Ah... sí —dijo mientras rascaba detrás de su oreja—. Hola.

— Oye, Austin últimamente ha estado muy mal y viene de vez en cuando a trabajar. Las pocas veces que lo he visto, estaba... horriblemente mal —explicó con preocupación y el pelirrojo se preguntó a qué quería llegar con eso—. La verdad es que no lo veía así desde que su madre murió y su padre se descargó con él.

— ¿Que su padre qué...? —preguntó al aire pero el de ojos claros sonrió con arrogancia.

— Oh, no me digas. Eres su amigo pero, ¿no te ha contado aquello? —hizo una falsa mueca de tristeza y apoyó sus codos en el mostrador para luego apoyar su barbilla en las palmas de sus manos y verlo con malicia—. Creí que él confiaba en ti... ya veo que no. Bueno, el punto es que está muy mal y quería saber si tú hablabas con él, porque a mí no me responde.

— No —habló con la voz ronca y mordió el interior de sus mejillas—. Pero, créeme que tú serás quien lo vea primero. Ya debo irme, adiós.

Miles de preguntas rondaban en su cabeza, cada una peor que la anterior. No entendía y tampoco quería comprender qué sucedía.

Primero que nada: ¿él, amigo de Austin?

Hasta donde Alan sabía, ellos habían sido más que eso. Mejores amigos, novios, almas gemelas desde que tenía memoria. ¿Acaso el otro no lo sentía así?

Se sentía traicionado.

Nuevamente su rumbo se fijó en aquél desolado parque. Se sentó en uno de los columpios y se balanceó con lentitud, pensando en todo y en nada a la vez.

Estaba dolido, pero recordó la vez en la que le preguntó a Austin la razón por la que había venido hasta Los Ángeles.

— Ah... —al mayor se le borró la sonrisa del rostro, apareciendo una mueca en lugar de ella. No quería hablar de eso, pero la mirada del pelirrojo le decía que no había escapatoria—, porque aquí estás tú. Te extrañaba mucho, extrañaba a mi mejor amigo y por eso estoy aquí. Mi familia... es un tema complicado, Alan. No hablemos de eso.

Sí, Austin no le había querido responder... pero él tampoco insistió en el tema.

Sin duda alguna, Alan Ashby era el chico más estúpido e ignorante del mundo.

our beautiful tragedy [cashby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora