cuatro.

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Cuando Austin se dió cuenta de lo que había hecho, se separó y entonces Alan abrió los ojos, sintiéndose algo raro... raro porque le gustó. Pero su mejor amigo era hombre. ¿Entonces qué...?

Sus mejillas ardían. Las mejillas de ambos ardían pero aún así querían repetirlo, olvidando por completo que hace sólo unos segundos se encontraban llorando porque el pequeño pelirrojo se mudaría.
Austin soltó un suspiro. Sentía mariposas en su estómago como Alan. Se sentían genial pero mal a la vez; era una extraña combinación.

Entonces Alan volvió a dejar que las lágrimas cayeran por su mejilla. Aún más cuando se escuchó el llamado de su madre, diciéndole que ya debían irse.

— Supongo que ya debo irme —habló el colorado luego de unos segundos. Sus pies no querían que caminara, pues ni se había movido. El labio inferior de Austin tembló.

— ¿Este es el final de nuestra amistad? —preguntó el mayor, todavía con los ojos llorosos. A paso lento volvió a acortar la poca distancia entre ambos para dejar un beso en los labios del menor. Un simple roce que valía demasiado para los dos. Después de eso, lo abrazó fuertemente. El último beso, el último abrazo—. Te quiero mucho, Alan. Espero que vuelvas pronto porque yo... yo te extrañaré demasiado.

— Yo espero que no te busques otro pelirrojo —respondió el pequeño, hundiéndose más en el abrazo y ocultando su rostro en el pecho del mayor—. Te quiero mucho, Aus.

Y sin más, se inclinó hacia arriba y besó sin mucha experiencia los labios de Austin antes de echarse a correr, saliendo de la habitación y bajando rápidamente las escaleras hasta llegar a la puerta principal, donde no se detuvo. Apenas llegó al auto, entró y se encerró, dejando que el resto de lágrimas corra por sus sonrojadas mejillas.

Su madre entró poco después y rodeó al pequeño en sus brazos porque sabía que lo extrañaría. ¿Quién no extrañaría a una persona como Austin? Tan alegre, tan atento. Tan único.

Una vez que el pequeño calmó su llanto, Elizabeth arrancó y con una última lágrima comenzaron su largo viaje hacia la nueva ciudad.

Una nueva vida sin su mejor amigo.

Y con ese pensamiento, Alan se quedó dormido. Pensando una y otra vez en aquél lindo chico de sonrisa contagiosa y estatura alta. Aquél tipo que siempre te quitaba una sonrisa a pesar del momento triste que tuvieras.

Alan sabía que no podría encontrar a otro como él.

Y Austin tampoco podría encontrar a otro como él.

Unos leves empujones despertaron a Alan. Se sentía horriblemente cansado y sin ganas de nada. Abrió los ojos con pereza y vio a su alrededor. Era de noche y estaban frente a una linda casa, probablemente mejor que la que tenían antes pero eso no haría feliz al pelirrojo. No importaba qué o cuántas cosas costosas le dieran, él seguiría igual de triste porque no tenía a su mejor amigo con él.

Quiso golpearse porque una voz en su mente le echaba la culpa. Quizá si él no fuera tan débil, tan asustadizo, tan él... seguiría al lado de Austin. Pero esta era la jodida realidad.

— Un asco —murmuró para sus adentros y bajó del auto.

Al entrar a la enorme casa, soltó un suspiro. Si, era genial y todo lo demás, pero no le quería. No quería nada. Estaba tan negativo que ahora nada le resultaba bien.

Ayudó a su mamá a entrar todas las cosas que estaban en el auto con la poca fuerza que tenía un niño como él. El camión de mudanza ya había llegado y los hombres encargados ya se habían ocupado de entrar y acomodar todos y cada uno de los muebles. Ahora solo faltaba acomodar su ropa y sus pertenencias.

Mientras se ocupaba de ordenar su nueva habitación y guardar cada una de sus colecciones en los estantes, se encontró con unos de los últimos CD's que su madre le había comprado. Entre esos, el de Pink Floyd. Instantáneamente recordó a Austin; cuando él había llegado corriendo a la casa de su mejor amigo con la genial noticia de su nuevo regalo.

Soltó un bufido. Sabría que su vida de ahora en más no sería la misma. Quizá ya no sería golpeado y no tendría que estar asustado porque ya no estaría aquél niño que tanto lo odiaba. Pero por otra parte, él no tendría a alguien como a Austin.

Austin era, muy a su pesar, su primer amor.

Y no lo había querido admitir porque tenía miedo, como siempre. El mismo niño idiota e asustadizo. Pero Alan ya no quería ser así. Quería ser fuerte y seguro de sí mismo.

Quería ser como Austin. Él era su ejemplo a seguir y siempre lo había idolatrado.

Lo extrañaba.

Unos golpes en la puerta de su nueva habitación hizo que saliera de aquél transe. Levantó la mirada hacia su mamá y notó que ella traía un plato con dos rebanadas de pizza en ella. Hizo un amago de sonrisa y le agradeció por la comida, pero su madre se sentó en la cama y con una mirada materna le dijo que todo estaría bien.

"No estaremos aquí para siempre, Alan" había dicho su madre. Él asintió y comió un poco de la pizza mientras ella salía por la habitación. Pero momentos antes ella se detuvo y volteó a ver a su pequeño hijo.

Tan niño. Tan lindo. Tan triste...

— Sé que Austin te gusta, hijito —dijo su mamá. Él casi se ahogó al escuchar eso e hizo una mueca—, y de verdad lamento haber tomado esta decisión pero no seguiría permitiendo que le hicieran daño a mi niño.

— Lo sé, mamá.

— Pero volverán a verse. Y Austin estará esperándote con los brazos abiertos ya que un pajarito me ha contado de que él también gusta de ti —y con una sonrisa, desapareció por la puerta. Alan sonrió con los ojos relucientes gracias a las lágrimas que se habían acumulado. Gustaba de él.

— Pronto volveremos a vernos, Aus.

our beautiful tragedy [cashby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora