once.

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El sol comenzaba a salir, iluminando la sala de espera en la que Alan había estado desde hace 12, o quizá más, horas junto a su mamá y el padre de Austin.

Aquél horrible momento se reproducía una y otra vez en su mente, haciéndole sentir muy mal y triste.

— ¡Austin! —gritó el pelirrojo con todas sus fuerzas cuando lo vio caer en la arena.

Se arrodilló frente a él, moviéndolo desesperadamente en vano ya que éste parecía haberse desmayado y no despertaba. Comenzó a entrar en pánico, no había nadie en los alrededores y no sabía qué hacer más que llorar.

— Austin... —sollozó, aún moviendo a su amigo pero con miedo—, despierta.

Sabía que no despertaría ahora, que no era un simple desmayo por lo que se obligó a ponerse de pie e ir hacia donde estaban sus cosas, tanteando nerviosamente su celular hasta que logró encontrarlo. Marcó a su mamá y apenas atendió, lo único que pudo decir fue que estaban en la playa y que Austin estaba inconsciente. Su madre pudo entenderle a pesar de que estaba hecho todo un lío de llanto y temblores a lo que solo le respondió que llamaría a la ambulancia.

Alan regresó hacia su mejor amigo, quien había palidecido, dándole más terror al pelirrojo.

Aust... dijo una vez más, creyendo por un instante que él despertaría y todo volvería a la normalidad pero eso no fue lo que sucedió.

Las sirenas de la ambulancia pronto se hicieron oír, aumentando el sonido con el pasar de los segundos hasta que vio como se aproximaba a ellos. Unos hombres vestidos de verde agua llegaron hacia donde estaban con una camilla y una máquina de oxígeno. Tomaron a Austin con cuidado y lo dejaron sobre ella, colocándole la mascarilla de oxígeno para luego subirlo a la ambulancia.

Alan tomó las pertenencias de ambos y subió al vehículo, sentándose a un lado de su mejor amigo, tomándole la mano mientras veía las raras cosas que le colocaban o hacían los paramédicos. Sentía miedo, mucho miedo, y no paraba de llorar.

— ¿Familiares del paciente Austin Carlile? —dijo el doctor cuando llegó a la sala de espera.

Alan levantó la mirada al escucharlo y vio como el padre de Austin se ponía de pie e iba hasta él. El pelirrojo no se aguantó y se puso de pie, queriendo oír lo que hablaban.

— Está grave —fue lo primero que oyó Alan—, puesto a que los estudios informaron que padece Síndrome de Marfan. Es una rara enfermedad del tejido conectivo que afecta diferentes estructuras del cuerpo; a Austin, en este caso, le ha atacado el corazón y también explica la razón por la que es tan alto y sus extremidades son largas —explicó en detalles el hombre con bata blanca y vio como el rostro del señor Carlile no expresaba nada—. Tendremos que operarle el corazón.

Alan tembló cuando aquél hombre canoso terminó de hablar e instintivamente se largó del hospital. Corrió varias calles, ignorando por completo el hecho de que su madre le había llamado o las lágrimas que caían por sus mejillas. En su mente se formaban miles y miles de cosas que podrían pasar si algo salía mal y su pecho se escogía ante cada pensamiento.

Si antes sentía miedo, ahora estaba muchísimo peor.

Se detuvo en un parque vacío y se sentó en una banca, abrazando sus piernas y ocultando su rostro entre ellas para dejarse llevar por su opresión, llorando cada vez más.

¿Por qué le tenía que pasar eso a él?

¿Por qué?

¿Y si lo perdía? ¿y si perdía a su mejor amigo?

A su primer amor.

— Oye... —Alan ni siquiera se movió, no quería nada y solo atinó a ignorar aquella voz—, ¿ocurre algo, Alan?

El pelirrojo subió su mirada al reconocer esa voz y lo vio. Shawn Milke estaba frente a él, preocupado por su estado ya que nunca nadie lo había visto así, hecho mierda.

— Hola...

— ¿Por qué estás así? —volvió a preguntar a lo que el menor solo se encogió de hombros antes de pasar sus manos por su rostro, quitando rastros de lágrimas e intentando contener las demás.

— Mi mejor amigo, él... está internado en urgencias. Tiene una rara enfermedad y tienen que operarlo del corazón —finalizó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no derrumbarse nuevamente.

Shawn no dijo nada, solo se sentó a su lado y lo abrazó fuertemente. Alan agradeció internamente aquél gesto pero no pudo evitar sollozar, aferrándose a su amigo con fuerzas y ocultando su rostro en el pecho del pelinegro.

— Tengo miedo, Shawn —dijo apenas, sin dejar de llorar.

El mayor notó que su amigo realmente quería a aquél tipo que él odiaba, que de verdad lo amaba. Y se sintió miserable por no ser él el que obtuviera la atención de Alan, pero dejó de lado el sentimiento. Él estaría allí para el pelirrojo, sin importar qué.

— Tranquilo —murmuró mientras acariciaba la espalda de su amigo—. Tienes que pensar en positivo, Alan, y tienes que demostrar que eres fuerte para que él también lo sea. Esto solo es... como una tormenta —siguió el pelinegro, intentando que Alan dejara de llorar; y así ocurrió—, y sabes que luego de una tormenta sale el sol. Así que ahora ponte de pie, sonríe y ve al hospital a apoyar a tu amigo.

Alan levantó la mirada a su amigo y sonrió. Las palabras que le dijo Shawn me habían ayudado a darse cuenta que estaba siendo egoísta al escaparse, que tenía que ser fuerte para Austin. Tenía que serlo.

— Muchas gracias, Shawn —agradeció, abrazando más fuerte a su amigo antes de ponerse de pie.

— De nada, Ashby.

El pelinegro pudo ver cómo su amigo se despedía con un último gesto antes de irse corriendo por dónde había venido. Soltó un suspiro y negó con la cabeza. Quizá no le pertenecería nunca el corazón de aquél pelirrojo, pero al menos había sido un buen amigo con él y lo había ayudado.

Y se sentía mejor consigo mismo.

our beautiful tragedy [cashby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora