Capítulo X ''La danza del óbito''

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A lo largo del periodo semanal, yace un mes después y se aproxima el día del cual muchos estuvieron esperando con regocijo y ansiedad, por lo que el baile está a punto de comenzar y muchos andarán de gala en la noche. Tal como lo esperado, la joven contempla su imagen a través del reflejo de su nueva apariencia, quien se muestra como una agraciada dama de noche, y lleva puesto consigo el vestido púrpura y nevado, del cual lo obtuvo como obsequio por parte de la clemente y humilde empleada, Yoko. Sin embargo, no todo el entorno de la joven era digno de contemplar con admiración, ya que a pesar de que estuviera adentrada en el interior del evento nocturno, estaba completamente deshabitado de los integrantes del mismo. En ella no hubo luces pigmentadas, música contemporánea, estudiantes cubiertos de pomposidad y ni siquiera los profesionales encargados de la institución académica, mas solamente se hallaba aquella joven de velada, quien andaba desolada en medio de la tétrica imagen que se presentaba delante de sus ojos y desparejada de su compañero de danza.

« ¿Dónde estoy? » Sunimaruh observa a su alrededor. « ¿Dónde está todo el mundo? » Aterrada ante la inmensa oscuridad que la rodea y siendo la única quien porta consigo el reflejo de la luminosidad a través de las decoraciones de su vestido, se arma de valor y decide enfrentar el veredicto que está por venir en su andar. — ¡Tengo que salir de aquí! — Al salir del exterior de la escuela, del cual se encuentra completamente inundada de las tétricas brumas del anochecer, la joven coloca una mano sobre su cabello y lo agarra fuertemente, para luego entender que le costaba creer que su pesadilla se había vuelto una realidad utópica. — ¡Solamente debe ser otro sueño! Nada de esto puede ser verdad y de seguro tengo que estar soñando como para entrar en locura, por lo que en algún momento deberé despertar y así podré reencontrarme en mi habitación y con la presencia de Ikinaru. — Al instante, la joven exclama en llanto su propio nombre. — ¡¡¡Sunimaruh!!! — Dicho eso, levanta los párpados de sus ojos y para su sorpresa, ya no se encontraba presente en el entorno del exterior escolar, sino en el interior del bosque suicida de su hogar. Una vez que la joven se levanta del suelo y observa los escombros del bosque, comienza a cuestionar su pronta llegada al lugar, mientras que camina y examina un andar seguro para sí misma. « ¿Cómo habré llegado de repente? » De repente, un estruendoso bramido agita las entrañas de la arboleda, por lo que joven se escandaliza ante el inesperado recibimiento del lugar y encubre su presencia. — ¡¿Qué habrá sido ese sonido de dónde vendrá?! — En ese preciso momento, el irreconocible rugido reaparece, junto con los llantos viriles de un posible y efímero mortal. — ¿Ese grito... de quién será? — Atraída por los ecos de las fieras del bosque, comienza a perseguiros, mientras que continúan voceando al unísono de sus llantos, hasta aproximarse más y reconocer con credibilidad la ínfima sensación de su asecho. — Algo no anda bien y posiblemente provenga de Ikinaru. — Decidida ante el reto, continua el paso de su curiosidad, mientras que esquiva los troncos de los árboles y escala sobre el légamo que cubre sobre la faz del bosque. Una vez que se aproxima hacia el destinatario, mantiene de forma tiesa todo el cuerpo entero y contempla con sombrío lo que se proyecto delante de sus ojos; de los cuales observan con exactitud el peor delirio que pudo haber experimentado en toda su vida. Una aberrante y colosal alimaña, del cual se asemejaba a un legendario dragón feroz, llevaba consigo una cubierta general de pieles gruesas de reptil y una extraña especie de céfiro encarnado que rodeaba todo su cuerpo y dejaba al descubierto la nitidez de sus extremidades. Dentro y alrededor de su cavidad bucal, portaba consigo unos colmillos fibrosos y liberaban desde su interior el aliento del infortunio, del cual tan sólo un bocado de tregua, podía abrasar los alrededores de su inaudita presencia. Los luceros que colgaban sobre su frente, deslumbraban la pigmentación bermeja que poseían sobre ello y alumbraban todo aquello que guardaba su paso con sumo temor, de los cuales se asemejaban enormemente a las sirenas de un gendarme. Las hélices que cargaba sobre su espaldar eran de vasto tamaño, de tal modo que podían arropar todo la cabeza del bosque y ocultar el semblante de la luna llena. La inhumana presencia de la criatura dejaba en claro el pánico que petrificaba el cuerpo de la joven, quien luego se reencuentra con la metamorfoseada presencia de su amigo, quien arde en vívidas llamas nacientes, mientras que refleja los destacables rasgos demoniacos y lleva en ambas manos la estima de su mérito. Luego de contemplar la presencia del muchacho, el mismo la observa y comienza a distorsionar los gestos faciales en su rostro, quien mira de reojo a la bestia y le advierte a su amiga en no progresar su andar.

ABERTURAS  ENTRELAZADASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora