Capítulo XXI ''La isla del Encanto''

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La isla del encanto, no sólo es un lugar para vacacionar y en donde toda la vida es bohemia. No cabe duda de que aquí haya talento y esfuerzo, donde surgen mentes brillantes, pintores, músicos, escritores, reinas de belleza, actores, científicos, etc. Esta isla no puede ser subestimada por su tamaño, pequeña por como parezca, tiene un gran corazón. Aunque en ocasiones, se encuentra la falta de apreciación de lo étnico, el cual los identifica. Diferentes pueblos, divididos por ideologías, políticas, partidismos y persecución. Si se llegara a preguntarle a alguien quién es José De Diego, es posible que respondan que se trata de una simple carretera con un nombre en específico. Pero el ser puertorriqueño es más que una palabra, es mucho más que ondear una bandera o gritarle al mundo, '' ¡Boricua, hasta que muera!'' Es la esencia de lo que es el perfume tropical, es el olor a palmeras, a café, a caña, a yuca, a fogón, a moriviví y con sabor al ritmo del ''saoco. '' Es el sentir del eco de la tierra cuando le llama, es el pitirre y el falcón, es la nutria, el colibrí, la cotorra y el coquí. Pero más que sólo decirlo, es llevar en lo profundo del alma, la cultura y sus cimientos. En la historia misma formada en su ser, se conmemoran figuras célebres como Baldorioty, Hostos, Campeche, Oller, Llorens Torres, Laguerre, Rafael Hernández, Rodríguez de Tío, Muñoz Rivera, Julia de Burgos, Albizu Campos, Pales Matos, y son todos aquellos mencionados, como lo son uno mismo y otro. Más que sólo nacer, es la melodía creada por Dios, de lo que fue la mezcla del español, el africano y el indio, para formar la más hermosa canción de lo que realmente significa ser un puertorriqueño. Justo allí se encuentran, dentro de El Morro, el cual es la capital de toda la isla y el centro turístico a nivel mundial. La pareja de recién casados que provienen del oriente, observan el ambiente tropical y Caribe que les rodea, mientras se van adaptando al nuevo clima, del cual jamás habían visto ni experimentado.

— Es hermoso. — Sunimaruh no cesaba de repetir la misma frase dirigida hacia el encanto caribeño. Ikinaru solamente le sonreía, mientras que su amada disfrutaba del paisaje tropical. Nuevamente devolviendo sus miradas el uno al otro, sonríen eternamente, hasta que el muchacho le responde lo siguiente.

— Más hermoso será cuando lo disfrutemos. — Luego de lo dicho, la joven frunce el ceño al escuchar su respuesta, quien luego es tomada por los brazos de su amado esposo y juntos descienden de El Morro, hasta caer por encima de las palmeras tropicales, mientras están deslizándose sobre el alargado tronco y sienten la arena blanca sobre sus pies asiáticos. Por otro lado, la joven se aturde ante lo visto y le cuestiona a su marido de manera consternada.

— ¿Qué fue eso? — El muchacho desciende a su amada sobre la arena y se asegura de su bienestar.

— ¿Te encuentras bien? — La joven voltea su mirada en dirección contraria y se cruza de brazos.

— Más bien no podré estar. — Ikinaru coloca una mano sobre su cintura y cambia su aspecto facial, luego de haber recibido la respuesta de su amada.

— ¿Ahora qué te sucede? — Sunimaruh muerde el labio inferior, mientras que su esposo continúa preguntándose por su reacción. — ¿No te gustó mi sorpresa? — La joven le devuelve su mirada y sarcásticamente le responde.

— ¡Claro que me gustó!

— Entonces, ¿por qué esa cara?

— ¿No te das cuenta de lo que acabas de hacer?

— ¿Hacer qué?

— No te hagas el tonto, desde que me cargaste en tus brazos y descendimos de aquella torre.

— ¿Torre? — Sunimaruh muestra el dedo índice a sus espaldas y señala El Morro, lo cual Ikinaru se voltea y se da cuenta de lo que su amada se refiere. — Ah..., eso no es una torre, ése es El Morro. — La joven cambia su aspecto y se pregunta por lo que acaba de escuchar.

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