¡Dime la verdad!

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Versión 2

Pasamos mucho tiempo compartido, jugando y viajando por Hoenn, visitando y visitando lugares que ya conocemos tan bien, que se ha vuelto aburrido. Pensar que caminar con la persona que tanto me gusta se ha vuelto tan rutinario y absurdo, me hace creer que algo no está bien con nosotros.

Pero, ¿desde cuándo hay un nosotros? Nunca le dije lo mucho que me gusta, la cantidad de noches que no puedo dormir pensando en lo que podría estar soñando, en que podría llegar a tener pesadillas, haber tenido un mal día, que sus padres le regañaran.

Ocupaba mis pensamientos todo el día y noche, mis sueños y pesadillas, incluso en mis rutinas de entrenamiento y acondicionamiento de mis Pokémon, ella no dejaba de estar presente. Un simple listón rosa me recordaba su delicado y salvaje rostro.

Doy vueltas en mi cama, intentando encontrar una posición firme y cómoda para descansar. Me resulta completamente imposible, por lo que tomó la Pokéball de Zuzu y salgo fuera de casa, a dar una caminata nocturna para despejar mi mente.

Está frío afuera, pero no es suficiente para alterar mi acalorado humor. Necesito de esta fresca brisa para calmarme y despejar mi mente, ocupar mi cabeza en otra cosa y alejar momentáneamente su imagen, perfecta a mis ojos.

Camino en torno a Villa Raíz por no tener mejor lugar para huir de este agobio, y rápidamente me encuentro en frente de la casa de Sapphire. Me quedo viendo hacia la ventada de su habitación, como deseando que se asomase para saludarle e invitarla a dar un paseo nocturno mientras vemos las estrellas. Vaya tontería.

Pero entonces la puerta de su casa se abre y una pequeña y esbelta figura se asoma desde la puerta. ¡Sapphire! ¿Y ahora qué hago? Comienzo a moverme desesperado sin saber qué hacer. Pienso en soltar a alguno de mis Pokémon para huir, pero lo pienso mejor y prefiero hacer como que pasaba de casualidad por allí. No era una mentira del todo.

―¿Ruby?

―Hola, Sapph.

Saboreo cada una de las letras de su precioso nombre, y siento mi corazón volverse un puño en mi pecho cuando veo su tierna sonrisa bajo la luz de la luna. Ahora que caigo, entiendo porque me llaman el chico cursi.

―¿Tampoco puedes dormir?

Asiento torpemente y espero hasta que se ponga a mi lado para comenzar a caminar. Ella salta contenta y puedo ver su cabello castaño suelto revolotear por el aire. Es precioso y no puedo evitar quedarme embobado.

―¿Y?―pregunta con su sonrisa por delante―. ¿Tuviste una pesadilla? ¿O simplemente no tienes sueño?

―Estaban pensando en ti.

Ni siquiera me doy cuenta de lo que digo hasta que ella se detiene en seco y fuerza su mirada más dura sobre mí.

―Creo que es momento de cambiar nuestro vestuario.

Su mirada se llena de sorpresa y confusión, pero nuevamente cambia por otra de maravilla y asombro. Suspiro por dentro para calmar el miedo que se había despertado y retomamos nuestro paseo por Villa Raíz.

Había logrado zafarme de una de la que no podría salvarme fácilmente. El solo pensar en la descontrolada ira de Sapphire cayendo sobre mi hace que mi cuerpo se estremezca como gelatina.

Ella parece notar que algo me molesta, por lo que le sonrió para que se olvide y continúe hablando de lo mucho que se divirtió hoy visitando al maníaco de las piedras de Steven Stone.

Rápidamente se olvida de lo que fue una fugaz declaración y sus sospechas sobre mi se esfuman cuando nos sentamos a ver las estrellas, cerca de los lindes del pueblo. Honestamente, me importaba poco ver las estériles estrellas en el frio cielo. Me atraían con mayor fuerza y me daban más calor sus ojos, su cabello, el perfil de su rostro que a la luz de la luna parece porcelana.

No puedo permitirle saber mis sentimientos, no al menos por ahora, teniendo en cuenta que le estoy mintiendo desde aquel incidente en la Isla Espejismo. Supongo que un hombre de verdad debe hacer ciertos sacrificios, como los que hicieron Steven o mi padre.

Sacrificar mi amor por un bien mayor. ¿Cuál sería ese bien mayor? Verla sonreír por toda la vida.

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